El Príncipe de paz ha perdonado, y ha salvado, a cientos de miles, de millones, de mujeres, en estos últimos tiempos, para que brillen, continuamente, y por todas partes, con la gracia, y el amor, deslumbrante, y fuera de serie, que desciende del Cielo.
Las hijas de Dios han sido llamadas, y seleccionadas, cuidadosamente, para que transmitan, a todos aquellos que las rodean, y en el lugar donde el Señor las ha colocado, el gozo, y la bondad, y la misericordia, que el Espíritu de Cristo ha derramado en sus corazones.
Ni la belleza física, ni la ropa lujosa, ni los maquillajes, deslumbrantes, tienen poder para transformar las lágrimas en sonrisas, ni las tinieblas en luz. La apariencia, y la postura, exterior (forzada, y ensayada, muchas veces), no conducen, realmente, a nada bueno, favorable e interesante. La sencillez, y la humildad, impactan, tremendamente, a los corazones sinceros.
Las imagines, y las posturas, promovidas por los medios de comunicación (y que la mayoría acepta como patrones, y modelos, de conducta, y de virtud), que son contrarias a lo que la Biblia enseña, deben ser erradicadas, por completo, de las mentes, y de las actitudes, de las alumnas del Maestro.
La belleza que refleja la mansedumbre, y la paciencia, de una mujer perdonada, y enamorada del Omnipotente, es la que fluye, naturalmente, de un espíritu, y de un alma, contrita, y humillada, que ha sido redimida, y santificada, por el Cordero de Dios.
Las mujeres que alegran el corazón del Eterno, son las que revelan, en el día a día, el carácter radiante, humilde y optimista, del Buen pastor. Yahweh desea, intensamente, que las guerreras, valientes, que integran el ejército, invencible, de Su Hijo, inmaculado, manifiesten la personalidad, sublime, de Su Espíritu.
Los rasgos, y las cualidades, de las mujeres que aman, y que honran, a su Creador, sobre todas las cosas, son muy fáciles de percibir, con absoluta claridad, ya que ellas buscan, continuamente, y a como dé lugar, la dirección, y la presencia, gloriosa, del Inmutable (y aunque tengan mil problemas, y un millón de dificultades).
La mujer creyente reconoce, en teoría, y en práctica, su incapacidad, espiritual, y su necesidad, moral (y, por lo tanto, depende, permanente, del Soberano). La prioridad más importante, para una princesa del Imperio de los cielos, es pasar tiempo, de calidad, delante del Trono de paz, y de poder, del Bendito.
Las cristianas, de nuestros días, son las guerreras más valientes, y nobles, y solidarias, de todos los tiempos.
Las princesas del Rey de gloria son muy amadas, y muy valiosas (y enormemente superiores, y sobresalientes), para el Espíritu Santo, que todas las perlas preciosas, y que todos los diamantes, juntos. Las herederas del Reino tienen un valor, y una importancia, inmensas, e incalculables; por esto, precisamente, el Eterno ha tenido que entregar -nada menos- la vida, santa, y perfecta, de Su propio Hijo, con tal de tenerlas, eternamente, a Su lado.
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