Actualmente se conoce como “cuarentena” el periodo de aislamiento preventivo al que se somete a una persona por razones sanitarias. Todavía hoy se le llama así porque en sus orígenes bíblicos ese período de tiempo correspondía a 40 días.
Por ejemplo, en Levítico 12:1-4, a propósito de la purificación de la mujer judía después del parto, se dice: Habló Jehová a Moisés, diciendo: Habla a los hijos de Israel y diles: La mujer cuando conciba y dé a luz varón, será inmunda siete días; conforme a los días de su menstruación será inmunda. Y al octavo día se circuncidará al niño. Mas ella permanecerá treinta y tres días purificándose de su sangre; ninguna cosa santa tocará, ni vendrá al santuario, hasta cuando sean cumplidos los días de su purificación. Estos días de la purificación femenina eran siete, por dar a luz, más 33, por la purificación de su sangre, lo cual suma en total 40 días (una cuarentena).
Actualmente, a la cuarentena se le llama médicamente “puerperio” y es el tiempo que pasa desde el parto hasta que el aparato genital femenino vuelve al estado anterior al embarazo. Suele durar entre seis y ocho semanas, es decir, alrededor de 40 días, tal como dice la Biblia. La cuarentena es un período duro para la madre por el trasiego hormonal que ésta sufre y por la influencia que esto tiene sobre su estado de ánimo. El útero empieza a reducirse y los pechos a segregar leche. Por un lado, se reducen unas hormonas (como los estrógenos y la progesterona), mientras que por otro sube la prolactina (hormona encargada de la producción láctea) así como la oxitocina (hormona que contrae el útero). De manera que la cuarentena postparto es un periodo delicado en la vida de la mujer, que la medicina moderna ha reconocido como tal y ha corroborado por completo.
Una vez más, resulta sorprendente cómo los hebreos de la antigüedad pudieron tener tal conocimiento de la fisiología femenina, a no ser por supuesto que les fuera revelado.
Prevención de infecciones bacterianas
En la Biblia aparecen ciertas disposiciones concretas, dentro de las reglamentaciones de impureza religiosa ritual, que también tuvieron aplicaciones sanitarias muy beneficiosas para el pueblo hebreo. En una época en la que se desconocían los microbios patógenos (bacterias, hongos, protozoos, etc.) o los virus y priones (o proteínas priónicas), que podían causar enfermedades mortales, las Escrituras previenen determinados comportamientos y ponen de manifiesto así la sabiduría infinita que subyace detrás de sus páginas.
Por ejemplo, en Lv. 13:45-46, se legisla contra la lepra: Y el leproso en quien hubiere llaga llevará vestidos rasgados y su cabeza descubierta, y embozado pregonará: ¡Inmundo! ¡Inmundo! Todo el tiempo que la llaga estuviere en él, será inmundo; estará impuro, y habitará solo; fuera del campamento será su morada. La lepra es una enfermedad infecciosa causada por una bacteria (Mycobacterium leprae) que se caracteriza por provocar lesiones y heridas en la piel, las mucosas y el sistema nervioso periférico. Aunque es difícil, el contagio se puede producir de persona a persona a través de gotitas nasales y orales. Hoy es posible curarla y la Organización Mundial de la Salud (OMS) facilita un tratamiento con múltiples medicamentos (TMM) gratuitamente a todos los enfermos de lepra. Sin embargo, en la época bíblica, el hecho de hablar con un leproso o estar junto a él era peligroso, de ahí que la única medida efectiva para evitar los contagios fuera la segregación o separación de tales enfermos del resto de la sociedad. ¿Cómo sabía el autor del Pentateuco la causa del contagio de la lepra si aún no se conocían las bacterias?
De la misma manera, en Nm. 19:11 se dice: El que tocare cadáver de cualquier persona será inmundo siete días. ¿Hay algún problema sanitario, aparte de las prescripciones de impureza religiosa, en el hecho de tocar los cadáveres? Si la persona fallecida presenta alguna enfermedad infecciosa, los microbios causantes de la misma pueden sobrevivir en el cadáver durante dos o más días. Enfermedades como la tuberculosis, la hepatitis B y C, ciertas afecciones diarreicas y otras muchas dolencias susceptibles de contagio, pueden transmitirse por el contacto con los cadáveres. El virus de VIH (SIDA), por ejemplo, puede sobrevivir hasta seis días en un cadáver. De ahí que exista cierto riesgo de contagio al manipular difuntos infectados y que, quienes se ven obligados a hacerlo, deban usar guantes y lavarse frecuentemente las manos.
Por tanto, la Biblia es coherente con las enseñanzas que transmite al ser humano y su sabiduría es anterior a los descubrimientos científicos recientes.
Esterilización y lavamientos frecuentes
La costumbre hebrea de lavarse el cuerpo, las manos y los pies frecuentemente en agua limpia o corriente (Lv. 15) se fundamenta también en la Biblia. Los judíos tenían dos tipos de lavamiento: uno para propósitos religiosos de purificación, que incluía todo el cuerpo, y otro, que era el lavado ordinario de manos y pies, que se practicaba a diario y se aplicaba también a vasos o recipientes utilizados en las comidas (Mt. 25:2; Mc. 7:3-4). Las seis tinajas de agua mencionadas en la boda de Caná servían precisamente para dicho propósito (Jn. 2:6). Sin embargo, los fariseos multiplicaron innecesariamente los actos por los que uno podía quedar contaminado, lo que requería frecuentes lavamientos ceremoniales, que Jesús criticó acusándoles de hipocresía (Mc. 7:2-3).
A pesar de todo, no cabe duda de que tales medidas higiénicas -tanto por motivos religiosos como sanitarios- contribuyeron a proteger la salud de los hebreos, en una época en la que no se sabía nada acerca de los microbios perjudiciales. Es, por tanto, razonable creer que la sabiduría divina estaba detrás de tales medidas sanitarias que se transmitieron de generación en generación.
Plantas medicinales
En Ezequiel (47:12) se hace alusión -dentro del marco general de la visión del profeta acerca del río que nace del templo de Jerusalén- de los frondosos árboles de sus riberas con frutos comestibles y de cuyas hojas podían obtenerse medicinas. Esto demuestra que los hebreos -como otros pueblos- conocían y usaban las plantas medicinales.
El vino como terapia
En la parábola del buen samaritano (Lc. 10:34), Jesús explica que a las heridas se les echaba “aceite y vino” antes de vendarlas. En mi libro: Parábolas de Jesús en el mundo postmoderno (Clie, 1998) puede leerse:
“El aceite es conocido ya en el Antiguo Testamento como un líquido capaz de disminuir el dolor de las heridas (Is. 1:5-6); mientras que la acidez del vino, con sus efectos antisépticos, sustituía a nuestro actual alcohol. La farmacia ha aprovechado el aceite desde siempre para disolver en él principios activos de la más diversa condición. Se ha utilizado como disolvente de otras grasas, ceras, colofonia, etc., para preparar numerosos ungüentos y pomadas. El famoso farmacéutico español, Font Quer, escribe en su Dioscórides: “Para otras heridas y llagas, se agitan asimismo en una botella, a partes iguales, aceite y vino tinto. Dícese que esta mezcla es un cicatrizante maravilloso” (Font Quer, 1976: 744). De manera que el vino desinfectaba y el aceite calmaba.”
De la misma manera, el apóstol Pablo recomienda a Timoteo (1 Ti. 5:23) que no beba agua sino que la sustituya por “un poco de vino por causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades”. El agua en aquella época podía contaminarse fácilmente y contener microbios peligrosos, mientras que el vino no, ya que el alcohol del vino era un buen desinfectante. Por supuesto, hay que hacerlo con moderación para no embriagarse. De ahí que el apóstol hable de “un poco de vino”. Hoy se ha puesto de moda la “vinoterapia” para referirse al uso terapéutico del vino con el fin de mejorar la salud de las personas. Sabemos que el vino contiene alcoholes como los polifenoles (resveratrol y flavonoides) y que tiene capacidad antioxidante. Mejora el sistema cardiovascular y la circulación sanguínea, retrasando el envejecimiento de la piel al neutralizar los radicales libres.
La sabiduría que hay detrás de estos remedios domésticos de los hebreos y de otros pueblos de la antigüedad ha sido corroborada por la ciencia moderna.
Alimentos peligrosos
El libro de Levítico (11:30) se refiere a los cocodrilos y los incluye en la lista de animales impuros que los hebreos no podían consumir. Es sabido que algunos de estos animales eran divinizados por las culturas periféricas al pueblo hebreo y que dicho rechazo seguramente tenía motivaciones religiosas. No obstante, además de esto, hoy sabemos que también eran importantes los motivos puramente sanitarios. En aquella época, no se podía saber por qué era peligroso comer la carne de los reptiles, sin embargo actualmente conocemos bien su posible toxicidad.
El consumo de la carne de los reptiles -como cocodrilos, tortugas, lagartos o serpientes- puede causar diversas enfermedades y problemas de salud (triquinosis, pentastomiasis, gnatostomiasis, esparganosis, etc.) por la presencia de bacterias patógenas en ella, especialmente bacterias de los géneros Salmonella, Shigella, Yersinia, Campylobacter, Clostridium y Staphylococcus. De ahí que las autoridades sanitarias recomienden hoy congelar la carne de estos animales antes del consumo humano y no comerla nunca cruda, con el fin de evitar los posibles riesgos para la salud. Las Sagradas Escrituras reflejan una sabiduría que supera con creces los conocimientos humanos de la época.
Notas
[1] Cruz, A. 1998, Parábolas de Jesús en el mundo postmoderno, CLIE, Terrassa, p. 333.
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