Vivir de cara a Dios, pero de espaldas a las problemáticas del hombre sin pensar en el mundo sufriente, es vivir una espiritualidad mentirosa.
La verdad es que muchos que se llaman cristianos pueden estar, desgraciadamente, viviendo una espiritualidad falsa. Suena fuerte, pero cuando se quiere vivir una espiritualidad mirando sólo a Dios y con una falta de compromiso con el prójimo en medio de un mundo de dolor en donde hay tantos problemas, tantas injusticias, tanta opresión, tanta pobreza y tanta marginación, es seguro que no estamos viviendo la auténtica espiritualidad cristiana. Será otra espiritualidad, otra mística, otra forma de estar alumbrado por no sé qué tipo de luz, pero no es la espiritualidad que deben tener los seguidores del Maestro.
La auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana debe tener como referencia lo que nos enseñó Jesús: El amor a Dios y el amor al prójimo debe estar en relación de semejanza. Lo demás serán misticismos, intentos de autopurificarse o de autojustificarse, porque la auténtica espiritualidad que deben vivir los creyentes tiene, necesariamente, dos polos que han de estar equilibrados, en el fiel de la balanza: La semejanza que hay entre el amor a Dios y el amor al prójimo. Yo soy un cristiano que da mucha importancia al culto a Dios, incluso a la práctica del ritual. Me gusta direccionarme hacia lo alto en adoración al Creador. Sin embargo, Dios rechaza nuestro culto y adoración si olvidamos que el amor al prójimo está en relación de semejanza con el amor a Dios.
En la espiritualidad cristiana no se puede olvidar al hombre, auténtico lugar sagrado. No podemos alabar mientras damos la espalda al grito de los pobres, de los oprimidos, los torturados o maltratados, los excluidos y despojados del mundo, los apaleados y robados. Caminaremos a nuestro culto en medio de una mentira si, de forma prioritaria, no nos paramos ante el prójimo y no somos movidos a misericordia. No se puede buscar el amor de Dios cuando pasamos de largo ante el prójimo que nos necesita. El que dice que ama a Dios y pasa de largo del hermano en necesidad, es mentiroso.
Nos ponemos un manto religioso que no nos cubre nuestras vergüenzas, porque es el manto de la mentira. Yo creo que en el mundo hay personas que, conociendo el cristianismo y sus implicaciones de amor al prójimo, cuando ven a personas que se manifiestan o confiesan como cristianos sin dar esos frutos de projimidad y sin pararse ante los gritos de los empobrecidos de la historia, piensan que esa manera de intentar vivir la espiritualidad cristiana es una mentira.
¿Hay culpables de que, algunas personas sencillas, vivan una espiritualidad de mentira sólo enfocada al ritual y al culto dando la espalda al hombre que sufre? Yo, lógicamente, no quiero buscar culpables, pero quizás nuestra exposición de la doctrina cristiana, nuestra teología y la enseñanza bíblica en general, a veces carece de estar equilibrada haciendo que el fiel de la balanza entre el amor a Dios y el amor al prójimo estén en total desequilibrio.
Vivir de cara a Dios, pero de espaldas a las problemáticas del hombre sin pensar en el mundo sufriente, es vivir una espiritualidad mentirosa. Un cristiano que conoce y quiere practicar los valores del reino que nos enseñó Jesús a través de sus enseñanzas y de sus ejemplos de vida y prioridades, no puede pasar de largo ante el hombre sufriente, no puede dar prioridad al ritual frente a la práctica de la misericordia. Estaría cayendo en la vivencia de una espiritualidad mentirosa. No se puede vivir la espiritualidad cristiana mutilando el Evangelio. ¡Cuidado! Podemos estar cayendo en la tragedia de ir construyendo una espiritualidad mentirosa. También, no poner en relación de semejanza el amor a Dios y el amor al prójimo, es estar practicando un amor mentiroso.
No se puede basar nuestra espiritualidad cristiana en un sentimiento de amor a Dios que, si no somos responsables y solidarios para con el prójimo, es también la vivencia de una mentira.
¿Qué tipo de espiritualidad estamos trabajando y viviendo? Yo creo que la iglesia, para colaborar en el hecho de que los creyentes vivan una espiritualidad verdadera, no debe enseñar solamente una espiritualidad consoladora y que intente tener gozosos a sus miembros sólo con la esperanza de la vida eterna. La iglesia tiene que enseñar y construir trabajando y hablando de lo imprescindible que es el compromiso cristiano con el mundo sufriente, con el prójimo en necesidad que, muchas veces, se nos muestra como colectivo.
Los robados, apaleados y tirados al lado del camino, deben estar en el centro de nuestra espiritualidad en semejanza con el mismísimo amor a Dios. Hay que trabajar en la iglesia no solamente el tener una especie de estado de felicidad, sino el saber que debemos estar “a disposición de”, sirviendo en el mundo, trabajando hasta llegar cansados a la presencia del Señor por haber estado siendo sus pies y sus manos en medio de un mundo de dolor.
El cristiano no debe estar nunca como un ser callado, quieto y paralizado ante el mundo. Éste, necesita su compromiso. Lo otro, sería vivir una espiritualidad de mentira.
0 comentarios:
Publicar un comentario