El diccionario define pródigo como generosamente abundante, profuso o extravagante. Adicional a eso, el pastor Robert Morris en su mensaje “Lost & Found” [Perdido y hallado] dice: «La definición de pródigo es carente de restricción. Esto significa que todos somos pródigos en algún momento y en algún área de nuestra vida. Todos hemos sido [pródigos] en algún punto y tal vez quizás en este mismo momento».
Al combinar estas dos definiciones podemos concluir que pródigo se refiere a una persona que no tiene restricción en dar, lo hace de manera profusa, extravagante y con generosa abundancia. Guau. ¡Esto no significa para nada estar perdido! Para mí esto describe mejor a Dios que a nosotros. Después de todo fue Dios quien dio tan abundantemente y sin escatimar la vida de su hijo unigénito, Jesucristo, para salvarnos.
Desde el principio del tiempo, Él no se detuvo ante nada para alcanzarlos. Él es el perfecto ejemplo de carecer de restricción, y su amor, la perfecta evidencia. Nada lo detuvo para cumplir su mayor deseo: estar con nosotros para siempre. A la luz de esto, la historia del hijo pródigo bien pudo haberse llamado «el padre pródigo».
Por esto propongo lo siguiente: si pródigo es carecer de restricción, y nuestro mejor ejemplo de esto es el Padre celestial quien dio todo por nosotros, ¿acaso no debemos entonces devolver ese amor sin restricciones recíprocamente a Él y a su pueblo también? Aun creo que, más que decirlo, debemos hacerlo, en realidad necesitamos hacerlo. Nosotros éramos nada. Estábamos perdidos en nuestros pecados, llevados sin rumbo claro a diferentes direcciones, hasta que el amor extravagante, profuso y generoso de Dios nos encontró.
De no haber sido por Aquel, el mejor y el perfecto, que dio rienda suelta a todas sus intenciones, esfuerzos, recursos y energías para ayudarnos, todavía estaríamos perdidos, quizás para siempre. Es precisamente por causa de este amor pródigo de Dios que debemos vivir pródigamente, no para nosotros mismos, sino para Él.
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