27 Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio.28 Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.29 Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.Mateo 5:27-29
Podríamos ver este verso únicamente en el contexto de la vida eterna, pero esto es más allá que eso. Mirar lo incorrecto te puede hacer vivir el infierno más difícil de tu vida. También, este verso va más allá del contexto del adulterio físico. Esta escritura compara la codicia con el adulterio. En el Antiguo Testamento, dice: No cometerás adulterio; pero dice el Nuevo Testamento que, si con tu ojo lo codicias, es como si hubieras adulterado. Tu ojo te puede llevar a codiciar algo que provoque un infierno en tu interior. Enfocarte en aquello que otro tiene y que tú no tienes, y codiciarlo, causa un infierno en tu vida.
Los diez mandamientos exigían cierta conducta física; pero, en el Nuevo Testamento, la exigencia es aún mayor, porque se nos requiere una vida interior pura. El reto hoy no es tan solo ser limpio en nuestras acciones, sino en nuestros pensamientos. Y ese es un nuevo nivel, una nueva dimensión, un grado más poderoso. Aquel que logra controlar sus pensamientos, su vida interior, tiene poder para tomar autoridad sobre cualquier cosa.
Mira lo que es recto, mira lo que Dios tiene delante de ti. Procura que tu corazón y tus ojos estén limpios delante de los ojos de Dios; que el estándar por el que vivas, sea más grande que el que otros viven. Otros se preocupan de lo que hacen; preocúpate tú hasta de lo que piensas porque, si haces lo correcto, pero con el corazón incorrecto, delante de los ojos de Dios, dañaste todo lo que hiciste.
Varias puertas que abren el camino a nuestro corazón. Cada una de estas puertas –la del ojo, la del oído y la de la boca– operan con diferente intensidad en cada uno de nosotros. A algunos, les afecta más lo que oyen que lo que ven; y viceversa. Otros son afectados más por sus propias palabras. Todos tenemos que cuidar estas tres áreas, pero debes identificar cuál es aquella que más a ti te afecta, y tomar dominio sobre esa puerta. Eva oyó al enemigo por un momento, pero la Biblia dice que ella vio que el fruto era codiciable. Lo que afectó a Eva no fue lo que oyó ni lo que habló, sino lo que vio y codició. Eva comenzó a vivir un infierno interno por haber cuestionado a Dios y su relación con él. Cuando tú empiezas a cuestionar las intenciones de Dios para tu vida, vives en un gran infierno.
En Josué, la Biblia nos cuenta que, luego de una victoria en batalla, el pueblo se mueve a pelear contra otra ciudad. Al ser derrotados, se preguntaban por qué, y Dios dice que alguien tomó del anatema, de aquello que no podían tomar. Cuando encuentran a Acán, quien había tomado del anatema, este dice: Vi entre los despojos… y codicié y tomé. Todo lo que requirió fue que Acán viera algo que Dios había dicho que no se podía tocar, para codiciarlo.
La codicia no viene de querer tener algo que Dios quiere que tú tengas, sino de querer algo que Dios dijo que no puedes tener. Hay cosas que Dios te dio a ti, y que no le va a dar a otro; y hay cosas que les da a otros, que no te va a dar a ti. Mientras tú quieras todo lo que Dios quiere para ti, eso es fe; ahora, el día que quieres lo que él no te ha dado, eso es codicia. José le dijo a la esposa de Potifar: Tu marido me ha puesto sobre toda su casa, me ha dado todo, menos a ti. Él tenía claro lo que le habían dado, y lo que no. Nos pasa con el diezmo. Cuando miramos lo que podríamos hacer con el diezmo –que no nos corresponde– codiciamos algo que Dios no nos dio, algo que Dios dice que separemos para él.
No podemos permitir que lo que veamos nos afecte, al punto que dañe nuestro corazón. No se trata de negar la realidad. Tratar de vivir sin considerar la realidad es una locura. Tenemos que asegurarnos de ver lo recto, lo que tenemos delante. Pero, si lo que estás mirando y deseando y aspirando, te está afectando, entonces no estás mirando lo de Dios para tu vida; sácalo de tu corazón, no lo mires más.
La Biblia nos narra el momento en que Pedro caminó sobre las aguas. Uno de los evangelios nos dice que los discípulos vieron a Jesús acercarse, y pensaron que era un fantasma. Al escucharle, entonces, comienzan a calmarse. Es entonces que Pedro dice: Si eres tú, di que yo vaya. Todavía Pedro no podía verle, reconocerle. Para Pedro, el oído era más importante. Él reconocía al Maestro, por como el Maestro le hablaba. Pedro le estaba diciendo: Yo sé que eres tú, si me das una orden que me rete. Jesús le dijo: Ven; y Pedro comenzó a caminar, no por lo que veía, sino por lo que había oído. Pero, en el momento que abrió la puerta del ojo, dañó lo que había oído. Comenzó a ver la tormenta, las dificultades, las probabilidades, y comenzó a hundirse.
No es la tormenta la que te está hundiendo, no es la crisis, sino tu ojo. ¿Qué estás mirando? ¿A qué le has prestado atención? No se trata de negar la realidad de lo que ves, sino de que decidas que lo que veas no acapare tu atención y no dañe tu corazón.
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