Considere la misión preponderante de Juan el Bautista. Llamaba a los hombres al arrepentimiento porque el reino de los cielos se había acercado. En otras palabras, si las personas querían formar parte del reino que venía al mundo por medio de Jesús -el cual era el reino de los cielos-lo primero que tenían que hacer era cambiar su modo de pensar respecto a quién estaba al mando.
El arrepentimiento no es complicado.
Ni siquiera es especialmente emocional, aunque muchas personas lo interpretan emocionalmente, suponiendo que significa llorar incontrolablemente a causa de haber cometido algún pecado. Pero aunque la gente responda emocionalmente, el arrepentimiento no es una cuestión emocional; es una cuestión espiritual. Arrepentirse simplemente significa cambiar de mentalidad, cambiar radicalmente de postura, o darse vuelta para ir en una dirección diferente.
El joven rico gobernante provee un ejemplo negativo de arrepentimiento. Podemos leer el relato en Lucas 18:18-27.
Su problema no era la inmoralidad, el asesinato, el robo, el deshonrar a los padres, o difamar a las personas. Su dilema era que él amaba más al dinero que a Dios. No obstante, quería heredar la vida eterna. Para eso, Jesús le dijo al rico gobernante que debía dar su dinero a los pobres.
El joven rico no podía hacerlo. No podía arrepentirse o cambiar de mentalidad. Prefería mantener el control de sus riquezas.
Como resultado, Jesús respondió que es muy difícil para las personas ricas entrar en el Reino de Dios. Ellos viven en el reino de sus propias riquezas. Mantienen su sentido de control propio por medio de la riqueza. Son autoindependientes.
Los discípulos le preguntaron a Jesús: "¿Quién, pues, podrá ser salvo?" (v.26).
Imagino que se identificaron con el joven rico, ¿no? Jesús respondió que para el hombre eso es imposible, sin duda, como pasar un camello por el ojo de una aguja. Pero dijo que con Dios, todas las cosas son posibles. Dios puede capacitarnos para arrepentirnos.
Pablo dijo que es la bondad de Dios la que nos guía al arrepentimiento (Ro 2:4). La palabra bondad en el griego tiene una raíz que significa "suministrar lo necesario" o "dar con". Dios, por medio de su Espíritu Santo, nos provee a usted y a mí todo lo que es necesario, la convicción necesaria para llegar al arrepentimiento. También da con nosotros, cae sobre nosotros, nos vence, para que podamos arrepentirnos.
Todo vuelve a Dios.
¿Por qué Juan les decía a las personas que se arrepintieran para preparar el camino del Señor? Porque no podían tener ambos caminos: el camino de ellos y el de Dios. Tenían que rendirse a Dios. Tenían que renunciar a sus propios caminos.
El arrepentimiento es una cuestión de control o de "trono". Cuando me arrepiento renuncio al derecho de gobernar mi vida. ¿Quién gobernará mi vida? Por defecto, lo hará el pecado.
El pecado en cualquiera de sus formas es simplemente el incumplimiento en seguir a Dios y su Palabra, en someterse a su señorío, y así llegar a convertirse en parte de su Reino.
El arrepentimiento es el punto de entrada, el pasaje para el Reino de Dios. Pero una vez que somos residentes del reino de Dios, el asunto pasa a ser la propiedad. ¿Para quién y para qué lucharemos ahora? Acostumbrábamos luchar por nuestros propios derechos. Ahora debemos estar dispuestos a luchar por los del Reino de Dios.
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