Cuando Cristo oyó que Lázaro había enfermado, dos días después, dijo a sus discípulos: Vamos a Judea otra vez. Los discípulos le dijeron que allí le querían apedrear, pero Jesús insistió en regresar.
Jesús decidió caminar al peligro, porque él quería mostrársele a los discípulos. Jesús se alegró de que aquella situación hubiese llegado a ese nivel. Parecerá cruel, pero la alegría no era porque Lázaro hubiese muerto, sino porque, al final, la muerte de Lázaro le permitiría revelar la grandeza que había dentro de él.
En medio de tus peores problemas, deberías alegrarte. Deberías decir: Me alegro que haya llegado a esto, porque ahora es que el Hijo de Dios que está en mí, el Cristo que está en mí, se tiene que levantar. Esa es la conciencia de un resucitado.
¿Te dejaron? Alégrate. ¿Perdiste algo? Alégrate.
La pregunta es si tú tienes la misma valentía que tuvo Cristo, o si escogerías no ir a Judea. Jesús esperó que la situación se pusiera peor; esperó dos días. Un resucitado no tiene problema con que las cosas se pongan peor. Jesús entró en el lugar en que sabía que le buscaban para apedrearle, lugar en que sabía que lo único que había era desesperanza porque no había posibilidades.
En contraste, los discípulos iban asustados. Les preocupaba que los apedrearan a ellos también. Estaban buscando excusas para no ir. Dijeron: Si duerme, entonces sanará. En otras palabras: Entonces, no tenemos por qué ir.
Un resucitado no le tiene miedo a caminar en medio del problema, de las dificultades, porque es ahí que la gente va a saber de qué tú estás hecho. Tú no estás hecho de cualquier cosa. Tú estás hecho del poder del Espíritu Santo, del poder de Dios, que abunda dentro de ti.
Alégrate de pasar por los problemas que has estado pasando porque, si no, nunca te hubieras levantado del lugar donde estás, nunca hubieras sabido que tú podías hacer más. Alégrate de que tus amigos te hayan dejado, porque ahora sabes en quién no tienes que seguir invirtiendo, y sabes quiénes son los verdaderos amigos.
Cristo no iba triste a aquel velorio. Aunque vemos que lloró cuando llegó, no lloró por Lázaro, sino por los que estaban alrededor de él. Miró a Marta, a María, aun a sus discípulos, y los vio a todos en amargura, perturbados, y se preguntaba: ¿Dónde está toda la palabra que les he predicado? ¿Dónde quedaron todos los milagros que me vieron hacer? Ahora, ante el problema, estaban allí llorando. ¡Cualquiera llora! Pero, cuando iba de camino, iba alegre, porque veía la oportunidad que tenía de demostrar quien él era.
Un resucitado no le tiene miedo al problema, a las amenazas, a las dificultades que tiene que enfrentar, sino que camina hacia ellas y, aunque traten de convencerle de que no vaya, responde: Me alegro.
Tu final no es el que el mundo ha dicho. El final de tu problema es la gloria del Hijo de Dios.
Dios te va a dar la valentía de enfrentar ese problema porque, cuando lo hagas, él va a sacar gloria.
0 comentarios:
Publicar un comentario