La palabra sello, o sellar, tiene básicamente cinco significados. Primero, se refiere a lo que autentifica o comunica autoridad. Establece la validez o autenticidad de un documento o declaración. Un sello indicará si un documento, o una firma, es real o falso.
Segundo, es una marca de propiedad. Indica que algo le pertenece a otro, que es propiedad de alguien. El sello tiene una imagen particular en él, demostrando que pertenece sólo a esa persona. En el antiguo Oeste, los rancheros marcaban su ganado con su sello para demostrar que eran de su propiedad.
Tercero, un sello también se usa para propósitos de seguridad. Un sello se puede poner en un paquete, por ejemplo. Pero si ese sello se rompe, usted sabrá que ha sido alterado. Cuarto, un sello puede indicar aprobación.
Hablamos del “sello de aprobación”. Esto significa que aprobamos a una persona en la que ponemos nuestro sello. Quinto, a veces hablamos de que el destino de alguien está sellado. Quizá decimos que una persona “selló su destino” mediante un comentario que hizo. Se refiere a la posibilidad de un destino inmutable, una vez que se ha puesto en ello el sello.
Todos los hijos de Dios tienen el sello de Dios en ellos. En pocas palabras: Todos los que tienen fe salvadora están sellados con el Espíritu Santo. “El fundamento de Dios es sólido y se mantiene firme, pues está sellado con esta inscripción: «El Señor conoce a los suyos»” (2 Timoteo 2:19).
Primero, Él nos autentifica. Hemos recibido autoridad para convertirnos en hijos de Dios (Juan 1:12).
Segundo, Él nos posee. No somos nuestros; hemos sido comprados por precio (1 Corintios 6:20). Sin duda, Dios “nos selló como propiedad suya” (2 Corintios 1:22).
Tercero, el sello de Dios sobre nosotros garantiza nuestra seguridad. “Porque él ordenará que sus ángeles te cuiden en todos tus caminos” (Salmo 91:11).
Cuarto, no hay nada más grande que tener la aprobación de uno cuyo poder, autoridad e integridad importan. Timoteo tenía la aprobación de Pablo. “No cuento con nadie como Timoteo” . . . él “ha dado muestras de lo que es” (Filipenses 2:20, 22). Finalmente, nuestro destino eterno está sellado. Pablo dijo: “No agravien al Espíritu Santo de Dios, con el cual fueron sellados para el día de la redención” (Efesios 4:30).
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