Es imposible obtener la promesa de Dios, si no tienes paciencia. Quizás llevas mucho tiempo esperando, pero ¿cuánto esperó Dios por ti? Y, verdaderamente ¿estás tú esperando en Dios, o es él quien está esperando por ti?
El hecho de que vayas a la iglesia, y tengas un pensamiento positivo, no quiere decir que estés esperando en Dios. Dice la biblia que es con fe y paciencia que se alcanzan las promesas. Fe, y paciencia. Fe, y saber esperar. Fe, y creer que algo va a pasar. Fe, y seguir esperando. Fe, y seguir tratando. Fe, y seguir creyendo.
La persona que no tiene paciencia se debilita, cuando en realidad el tiempo de espera debería fortalecerte. Abraham no se debilitó en la fe, sino que se fortaleció, y añade que se fortaleció dando gloria. En medio de tu espera, tú te fortaleces dando gloria.
¿Cómo saber si no tienes paciencia? Porque estás debilitado. Si sientes que no tienes fuerzas para continuar, lo que te falta es paciencia, porque el que tiene paciencia se fortalece. Si has perdido las fuerzas es porque piensas que tu fuerza viene de alcanzar algo en específico.
¿Por qué mucha gente no tiene paciencia? Porque muchos están desesperados, pensando que Dios tiene que resolver las cosas en un orden en específico.
El problema de muchas personas es que están atando la promesa de Dios, al orden que ellos han establecido que deben ocurrir los eventos. Entonces, puedes estar esperando un evento en específico que, en el orden de Dios, puede que sea el último. Mientras tanto, otras cosas están pasando, pero como tu fe está puesta en que algo en específico ocurra, no te das cuenta.
En un mismo capítulo de la biblia, Jesús sanó a tres personas, cada uno de manera diferente. Una mujer tocó el borde del maestro, porque creyó que, al tocarlo, quedaría sana. Si ella creyó que sanaría al tocarlo, si no lo hacía, no sanaría.
Jairo le pidió a Jesús que fuera a su casa, y tocara a su hijo. La mujer creyó que sanaría al tocarlo, pero este hombre creyó que su hija sanaría, al ser tocada por Jesús. Y, en ese mismo capítulo, otro hombre, el centurión, le dijo a Jesús: Envía la palabra.
Cada uno de ellos sujetó el milagro, a como ellos pensaban que tenía que ocurrir. ¿Qué pasó con la mujer de flujo de sangre? Tuvo que coger golpes, y arrastrarse, porque ella sujetó su milagro a que ella tenía que tocarlo. ¿Tenía ella que pasar por toda esa humillación para recibir su milagro? No. Pero, ¿quién sujetó el milagro a eso? Ella. ¿Qué pasó con la hija de Jairo? Se murió. Cristo tuvo que decirle: Cree solamente. Cristo tuvo que llegar allí, y entrar en contacto con la niña. ¿Por qué pasó todo esto? Porque Jairo sujetó el milagro a que Cristo llegara allí. ¿Qué pasó con el centurión? Él dijo: Envía la palabra. Jesús así lo hizo, y el criado de aquel hombre fue sano en aquel momento.
¿Cuál fue mejor de los tres? No podemos menospreciar a la mujer de flujo de sangre por sujetar su milagro a tocar al maestro, porque ella recibió su milagro. No podemos menospreciar a Jairo por haber sujetado su milagro a que Jesús fuera y tocara a su hija, porque él también recibió su milagro. Los tres recibieron el milagro.
Simplemente, son tres perspectivas diferentes. Lo que no debe pasar es que haya un cristiano que, después sujetar su milagro a tocar el borde del manto, se siente a quejarse de todo lo que tuvo que sufrir para alcanzarlo. Dale gloria a Dios por haber recibido el milagro, y sigue hacia adelante.
¿Por qué mucha gente pierde la paciencia? Porque son ellos quienes han sujetado cómo se va a hacer su milagro, cómo se va a dar la promesa.
Deja que Dios sea Dios. Tú sigue creyendo, sigue trabajando, sigue haciendo lo que tienes que hacer, pero no sujetes tu vida, ni lo que Dios quiere hacer, a un acto en específico, porque entonces debilitarás tu fe, y limitarás la manifestación del poder de Dios en tu vida.
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