PELEA CON SABIDURIA


En la historia de la batalla del pueblo de Israel contra los amalecitas, la victoria no se le acreditó al de las manos levantadas.
Se nos hace difícil asimilar esto, porque quisiéramos decir que todo lo que tenemos que hacer es ayuno y oración, asistir a la iglesia, y recibir palabra, pero, a la hora de la verdad, la victoria fue de la espada. El crédito de aquella guerra no se lo llevaron las manos de Moisés, sino aquella espada.
David llegó al reinado, porque había sido ungido, escogido por Dios. Pero el primer pie que puso David en la casa del rey, no lo puso por causa de la unción. Cuando Saúl mandó a buscar a un músico que ministrara a su vida, alguien dijo que había un muchacho talentoso, prudente. Aunque David tenía una unción para estar en aquel palacio, el primer pie que puso en el palacio, no lo puso por causa de la unción, sino porque era prudente, tenía talento, tenía el conocimiento y la educación.
Dios puede tener una gran promesa para tu vida, puede haberte prometido prosperidad, sanidad, restauración familiar, pero hay acciones en el mundo natural que tenemos que cumplir, para tener ese primer pie en el palacio, para tener el primer pie en el cumplimiento del propósito de Dios para nuestra vida.
Desgraciadamente, en las iglesias, tenemos resistencia para esas cosas, pero la victoria que Dios tiene para ti no va a llegar como un rayo que caiga del cielo. No vas a llegar a ocupar la posición que estás esperando, si no te preparas, si no haces lo que tienes que hacer, si no estudias, si no das la milla extra.
No podemos poner nuestra confianza en tan solo un lugar. No podemos resistirnos a la batalla natural, sino que es necesario que la venzamos. De la misma manera, no podemos poner resistencia a la batalla en el mundo espiritual, porque también nos es necesario vencerla.
Hay gente declarando y creyendo por fe que serán libres de toda deuda, pero en el mundo natural, siguen comprando a crédito. Hay gente creyéndole a Dios por sanidad, pero no quieren ir a un médico. Tenemos que tener disciplina en el mundo natural, para que se cumplan las promesas de Dios para nuestra vida.
También está el otro extremo. Hay gente para la que todo es espiritual. Muchas veces, las instrucciones que recibimos en nuestro espíritu no son las más fáciles. Muchas veces hay instrucciones espirituales que nos parecen absurdas. Entonces, vemos la gente que cumple en el mundo natural, y miran a la gente que cumple en el mundo espiritual, con cara rara, pensando que tienen más conocimientos, más talentos, que son más trabajadores. Y quizás tú tengas más conocimiento, y estás en alguna posición, porque, en el mundo natural, has cumplido, pero tienes que reconocer que también ha habido cosas que has tenido que hacer, en el mundo espiritual, que quizás al mundo le parecen absurdas.
De seguro, algún amalecita estaba mirando desde el campo de batalla, pensando: ¿Qué se cree este, que porque tiene las manos arriba van a ganar la batalla? Pues ganaron la batalla, porque Moisés tenía sus manos arriba. De seguro, muchos se rieron del pueblo de Israel, cuando, por tres días, rodearon las murallas de Jericó, pensando: ¿Qué se creen estos, que simplemente por caminar van a tener la victoria? Muchos vieron a Noé buscando madera para construir un arca, y montando animales en él, y decían: ¿Qué le pasa a este loco? Algunos habrán visto a Sansón frente aquel ejército, y habrán pensado que no tenía lo necesario para vencer, pero, con una quijada de asno, les tumbó la cabeza a aquellos mil guerreros.
El pueblo de Israel fue lo suficientemente obediente, como para cumplir en el mundo natural. Había que dar vueltas por seis días en silencio, y eso hizo. Había que gritar al séptimo día, y eso hizo.
Cuando Dios escogió a Noé, lo hizo porque sabía que tenía la capacidad, en el mundo natural, de cumplir las instrucciones que él le daría. Cuando Dios puso esa quijada de asno en las manos de Sansón, fue porque sabía que Sansón haría, con aquel pequeño instrumento, lo que tenía que hacer.
No todas las batallas dependen tan solo acerca de la espada, y no todas las batallas dependen tan solo de que nuestras manos estén levantadas. ¿Tú quieres la victoria? Levanta tus manos, y hazlo con la espada lista, presta para adquirir la victoria que Dios te ha prometido.

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