LEALTAD

Rut vivía en la época de los jueces, en la tierra de Moab. Se había casado con un joven, hebreo, durante el tiempo que él, y sus padres (Elimélec y Noemí), y otro hermano más, emigraron, desde Belén, de Judá, a vivir en el territorio de los moabitas, debido a una escasez de alimentos, básicos, realmente, espantosa. Su marido, y su único cuñado, que también tenía esposa (Orfa), y su suegro, murieron, de repente. Las tres mujeres quedaron viudas. Cuando Noemí decidió retornar a Belén, ya que la sequía había terminado, le pidió, a sus dos nueras, que volvieran con sus familiares. Rut determinó quedarse con ella, en vez de permanecer en casa de sus padres, y no obstante que Orfa, la otra nuera de Noemí, regresó con sus parientes. 

El Eterno ayuda, continuamente, a los extranjeros. Rut estuvo dispuesta a abandonar su país, y a sus allegados, por el gran afecto, y respeto, que tenía por Noemí, y por el Creador (a Quien ya había conocido); ella demostró ser una mujer voluntariosa, devota y leal, inclusive, en los momentos más difíciles, y complicados, de su existencia. La moabita amaba, sinceramente, a su suegra, y tuvo gran compasión por ella. Juntas realizaron el viaje, de retorno, a Judá, a la ciudad de Belén, donde decidieron radicar, permanentemente. Esta buena mujer se ganó una hermosa, y merecida, reputación. El testimonio de Rut se extendió por todo el pueblo (Rut 2:11-12). Un hombre muy rico, y dueño de muchas tierras, llamado Booz, quedó tremendamente impresionado con la serenidad, con la bondad y con la simpatía, de Rut. Ambos se llegaron a casar. 


La lealtad es un principio, espiritual, de honor, y de gratitud, a favor de una persona, o de algún grupo social. La adhesión, y el cariño, que se tiene por alguien, o por algo, es el fundamento de la fidelidad. Los cristianos sabemos, claramente, que existe una esfera, superior, más allá de la terrenal. Si nuestra lealtad, hacía la gente, entra en conflicto con la fidelidad a nuestro Padre, esta última tiene prioridad, total. Jesús rechaza, de manera contundente, la idea de una lealtad dual, o compartida (Mateo 6:24). Rut confió, incondicionalmente, en el Salvador, y Él recompensó su dependencia, y humildad, dándole no sólo un esposo, sino, también, un hijo (Obed), y un nieto (Isaí) y un bisnieto, llamado David, el rey, valiente, de Israel (Rut 4:17). Además de estos dones (Salmo 127:3), Dios le dio a Rut la bendición de estar en la lista, exclusiva, de los antepasados, terrenales, del Nazareno (Mateo 1:5-6).


Es, increíblemente, reconfortante, reconocer que Jesús puede cambiar, en un abrir y cerrar de ojos, el presente, horrendo, y el futuro, incierto, de una persona (y encaminar los pasos, sin rumbo, de los perdidos, en la dirección que Él ha determinado, desde antes). El Buen pastor lleva a cabo Su plan, perfecto, entre Sus ovejas, sensibles. Estamos seguros, ciertamente, que todo lo que nos sucede, a los que amamos, de veras, al Rey de gloria (es decir, a los que hemos sido elegidos, conforme a Su propósito, sublime), son a favor de nuestro bienestar, y felicidad (Romanos 8:28). El dolor, y el sufrimiento, en este lado de la eternidad, vienen con premio.

El Señor no solo ha permitido que Rut forme parte del grupo, notable, de los ancestros del Galileo, puesto que, también, la llegó a salvar de la pobreza, y de la indigencia, extrema, y de la exclusión social. Los marginados pueden llegar al Admirable en busca de ayuda, y la encontraran. La historia, de amor, de Rut, es exquisita, y emocionante. Los sentimientos que la unieron con Noemí eran sinceros, y enorme. Este cariño surgió, y se fortaleció, alrededor de las lágrimas. 


El Espíritu Santo, muchas veces, obra en nosotros, a través de los problemas, y de las dificultades, con la intención de que podamos alcanzar, cómodamente, el bien supremo que ha proyectado, y determinado, desde el principio, para todo el universo. La generosidad, del Altísimo, es hermosa, y continúa. Booz y Rut se enamoraron, francamente, el uno de la otra. Este sentimiento, sublime, unió a los judíos, y a los gentiles, dentro de una misma línea, real. David, Salomón y Jesús, son sus más ilustres descendientes. La redención llega a su punto más alto, y exquisito, en la vida de esta dama, ejemplar, cuando ella pasó de ser pagana a creyente, de viuda a esposa, de estéril a fértil y de pobre a rica.

RAQUEL

Raquel era la hija menor, y la más hermosa, de Labán, y la segunda esposa de Jacob. Ella esperó, pacientemente, catorce largos años, para convertirse en la cónyuge del hombre que la amaba, intensamente. Luego tuvo que aguardar otros años más, todavía, para tener hijos, ya que era estéril. A pesar de que no conocía, personalmente, la bondad, y el poder, del Creador, decidió postrarse ante Él, para pedirle por esta dificultad, indeseables. 

El Omnipotente tuvo compasión de Raquel, y respondió a sus oraciones; la hizo fecunda, y le permitió quedar embarazada (Génesis 30:22). Los años largos, e interminables, de espera, de Raquel, llegaron, finalmente, a su fin. El Señor escuchó su clamor, y observó su alma, perturbada, y le concedió un primer hijo, al que llamó José; luego volvió a estar embarazada; pero, fatalmente, en el momento del parto, tuvo dificultades muy serias, y falleció, inesperadamente. Su segundo hijo nació bien, y le pusieron por nombre Benjamín.

La influencia, la autoridad y la soberanía, del Creador, sobre el vientre de las mujeres, son evidentes, e incuestionables. El dominio del Soberano en el útero (el órgano genital, femenino, en el que se desarrolla, y se aloja, el feto, durante la gestación), es un tema frecuente, e interesante, en las Sagradas Escrituras. Los propósitos de Dios, en la apertura de unos, o en el cierre de otros, suele depender, y respetar, un propósito, glorioso, del Hacedor de maravillas. El Santísimo le concedió gemelos a Rebeca (Génesis 25:21); el Señor abrió el vientre de Lea (Génesis 29:31); el Espíritu cerró, por un tiempo, el útero de Ana (1 Samuel 1:5).

La historia, bíblica, de Raquel, nos provee una gama, exquisita, de lecciones, diversas; las mismas que debemos aplicar a nuestra vida, diaria. La paciencia, y la tolerancia, que demostró la esposa de Jacob, es asombrosa, y singular. Ella tenía un carácter prudente. La virtud de quienes saben sufrir, y comprender, las adversidades, y los problemas, con fortaleza, y sin lamentarse, es asombrosa. Los cristianos esperamos, con calma, y con buen humor, que las cosas sucedan, a su tiempo, y de acuerdo a la voluntad del Admirable.

En el momento que nuestra fe, y nuestra confianza, en el Buen pastor, es puesta a prueba, debemos responder positivamente, y sin sobresaltos (y acostumbrarnos, a soportar, con hidalguía, los inconvenientes). Resistir, y sufrir, las angustias, y los padecimientos, hasta el final, para que seamos mejores, y para que podamos obedecer, fácilmente, lo que Dios nos manda, es muy importante, y necesario, para que no nos falte nada (Santiago 1:3-4). Cuando nos esforzamos, intelectualmente, en encontrar paz, y gozo, durante el tiempo de aflicción, y de tormento, generalmente, olvidamos que la paciencia, y el dominio propio, son fundamentales, y poderosos, para que las dificultades, en vez de derrotarnos, vivifiquen, y fortalezcan, nuestro carácter.

Despojarnos, para siempre, del hombre, natural, que llevamos dentro, todavía, para convertirnos en santos, y ponderados, gracias a la expiación que ha realizado el Cordero de Dios, a nuestro favor; y volvernos como niños, inocentes, y bien educados (sumisos, sencillos y pacientes; llenos de amor, y de misericordia, y dispuestos a someternos, continuamente, a la voluntad del Príncipe de paz), es la obra monumental, y perpetua, que desea hacer el Consolador en cada uno de los discípulos del Maestro.

Cuando nuestro enfoque descansa, mayormente, en la apariencia, física, de una persona, es probable que fracasemos, sentimentalmente. Jacob prefirió galantear, y amar, a Raquel, en vez de a Lea, posiblemente, porque era muy hermosa. Cuando alguien se enfocó en el físico, de su pareja, y no descubre la elegancia, y la finura, de las virtudes de su personalidad, se equivoca, rotundamente. El temor a Dios; la solidaridad, la piedad y la generosidad, son más importantes que el aspecto físico, y lo atractivo, y lo elegante, de la gente. La hermosura, exterior, de alguien, va a desaparecer, en cualquier momento; pero la del alma, permanece, para siempre.

Procuremos, siempre, manifestar, libremente, la belleza pura, e intachable (la que procede de lo más íntimo, y tierno, de nuestro corazón, redimido); la misma que se exhibe a través de la honestidad, y de la amabilidad, de un temperamento tierno, sumiso y tranquilo. Esto es lo que tiene más valor, y sentido, delante del Inconfundible (1 Pedro 3:4). Jesús anhela que apreciemos, y valoremos, correctamente, la gloria, y la gracia, de Su Espíritu.

RAHAB

Rahab nació, y habitó, en la antigua ciudad, cananea, de Jericó. Esta mujer, pagana, era intrépida, valiente e ingeniosa; y llegó a convertirse en una pieza, fundamental, en el cumplimiento del Plan de salvación del Soberano. Ella es mencionada en el Antiguo, y en el Nuevo, testamento. Mateo, uno de los biógrafos más importantes de Jesús, y no obstante que era ignorada, y subestimada, por sus vecinos, debido a su escandaloso, e impuro proceder social, y sentimental (puesto que mantenía relaciones, sexuales, con cualquiera), y no tenía esperanza, alguna, en su futuro, la incluye en la genealogía que realiza del Nazareno (Mateo 1:5-6). 

En el Registro sagrado se menciona que Josué, antes de invadir Jericó, envió a dos de sus soldados, más audaces, para espiar en la ciudad, ya que deseaba tener una información, exacta, sobre su poderío militar; ellos fueron recibidos, amablemente, por Rahab, en su casa. La vida de esta mujer, libertina, no había sido nada perfecta, y había hecho, con su cuerpo, cosas que no agradan al Santísimo. Todos los mortales, desde luego, cometemos un sinnúmero de errores, y transgresiones, de todo tipo; pero la gracia, y la piedad, del Consolador, son tan extraordinarias, y tolerantes, que Él nos da, siempre, una nueva oportunidad.

El rey de Jericó se enteró de los intrusos, y quería capturarlos, para asesinarlos. Rahab no le tuvo miedo, y optó por protegerlos. Ella demostró que respetaba, y confiaba, incondicionalmente, en el Príncipe de paz, cuando decidió ayudar a los espías. Esta dama tenía conocimiento de los milagros que Dios había hecho a beneficio de los israelitas, y comprendía que Yahweh es el Dios verdadero. 

Una vez que los informantes escaparon, a salvo, de la ciudad, le contaron a Josué lo que habían pasado, y percibido, con sus propios ojos. Los israelitas, finalmente, cruzaron el Jordán, hacia Canaán, y sitiaron Jericó. Luego ingresaron a la ciudad, y mataron a todos sus habitantes; sólo Rahab, y su familia, no fueron asesinados. Su fe, y su dominio propio, salvaron a los espías, y al ejército de los hebreos, de una derrota, contundente, y a sus familiares. Ella conoció, y se casó, posteriormente, con Salmón, un miembro de la tribu de Judá. Uno de sus hijos fue Booz, el que fue esposo de Rut, la bisabuela del rey David. José, el padre, legal, de Jesús, es uno de sus descendientes, directo.


El Señor nos da valor, firmeza y serenidad, a los que creemos, y confiamos, en Su poder, y en Su misericordia, bendita. Sin importar si somos hombres, o mujeres, el Salvador nos emplea, en Su viña, a los que deseamos servirLe; y nos encomienda la obra que Él quiere. Nuestra fe, en Jesús, nos impulsa a comportarnos con coraje, e hidalguía, frente a las situaciones más problemáticas, y peligrosas. Los cristianos debemos ser atrevidos, y enérgicos, frente a los ataques, y a las tentaciones, del mundo, y de las tinieblas. Rahab era frágil, e insegura, y pertenecía al sector que humilla, y rechaza, la sociedad, inclemente; pero el Admirable puso Sus ojos, santos, sobre ella. 

Somos polvo, y valemos muy poco; sin embargo, el Galileo nos ha redimido, y le ha dado sentido a nuestra existencia, perversa (y nos ha convertido en seres valiosos, útiles y poderosos). Aunque no veamos, a nuestro alrededor, a gente cordial, y de buenos modales, y vivamos en un infierno, terrenal, que está en guerra, continuamente, la paz, y el gozo, de Cristo, es nuestra fortaleza. Jesús ha tenido compasión de nosotros, y ha transformado nuestra existencia, sin sentido, en un jardín, espléndido, de tranquilidad, y de bienestar, espiritual. 

Rahab dejó, a un lado, sus malos hábitos; y demostró amistad, y solidaridad, con su prójimo, y encontró bienestar, y sosiego, para su familia. Todos somos, a menudo, como ella. Nos sentimos incapaces, o sin futuro. Nuestros errores nos frenan, y nos tachan de inútiles, pero el Altísimo nos convoca a vivir una nueva historia. Los que se sienten perdidos, y sin amparo, tienen que saber que el Buen pastor los ama, intensamente, y que Él anhela transformar sus vidas, y cambiar, para siempre, el rumbo de sus pasos. El Nazareno nos invita, de mil maneras, diferentes, a acudir a Él, tal como somos. Él hará grandes, y agradables, proezas, a nuestro favor, y a través de nosotros. 

La acción del Espíritu Santo es impactante, y maravillosa; Él elige, muchas veces, a los que han caído muy bajo, para humillar a los arrogantes; y para que lleguemos a ser testigos de Su gracia. La fuente, ilimitada, del amor, y de la bondad, auténtica, se encuentra, únicamente, en el Corazón del Redentor.

REFLEXIONES SOBRE IDEOLOGÍA DE GÉNERO

Dios ha plasmado su visión en esto, no sólo en las escrituras , sino que además la muestra explícitamente en la formación del ser humano. Toda persona posee, por diseño de Dios, una de dos identidades sexuales. 

Eso es más que evidente en nuestros cromosomas, en nuestras hormonas, en nuestro cerebro, en nuestra composición de ADN, en nuestras células, en nuestro aparato reproductivo. Es evidente en todo nuestro cuerpo, la evidencias de la exclusividad de estos dos géneros es histórica y biológicamente comprobable.

Glorificamos a Dios cuando vivimos de acuerdo a Su diseño, mostrando Su imagen multifacética en el complemento perfecto de la masculinidad y la feminidad. No hay posiciones intermedias, esa es la visión de Dios. 


Lamentablemente el humanismo y la neutralidad han invadido la forma del pensamiento humano, pero la verdad de Dios sigue siendo absoluta e inmutable.

AY, QUE LOCO!