La muerte de Hugh Hefner el pasado 27 de septiembre ponía fin a una larga vida de traficante de cuerpos y almas. Aunque a sí mismo se consideraba un libertador que había roto las cadenas de la represión sexual en la que estaba sumida su generación y aunque sus asociados y partícipes de su negocio lo consideraban un héroe, la realidad es que lejos de traer ninguna liberación lo que creó fue una férrea dictadura de adicción a un mundo engañoso en el que, aunque la apariencia era prometedora, detrás de la amable máscara se escondía el veneno de la serpiente. Todos los mundos imaginarios tienen en común el engaño de la seducción y del placer, para acabar en el abismo de la desolación y la amargura. Solo que en vez de suceder una sola vez, la codicia generada lleva inevitablemente al irresistible deseo de repetir la experiencia de manera inacabable.
Ya sea el alcohol, las drogas, el juego o la pornografía, todos siguen la misma triple secuencia escalofriante: Despojo, esclavización y muerte. El despojo consiste en el saqueo de lo más preciado de la persona, al robársele la integridad personal, que es el asiento donde el individuo halla aprobación y descanso verdaderos. La esclavización es el segundo paso, al convertir a la persona en dependiente totalmente del cebo, que se convierte en vicio, perdiéndose la libertad para vivir sin ello. La muerte es el final del proceso, porque la esclavitud condena a la persona a una cadena perpetua de la que ya no habrá salida y que desembocará en la muerte misma. Si hubiera que definir con una palabra la obra que efectúa la pornografía sería destrucción. Destruye la conciencia, porque mata la distinción entre el bien y el mal en lo que respecta a la sexualidad, necesitando el individuo enganchado aferrarse al cinismo y la negación para justificar su adicción.
Destruye las relaciones, porque hunde a la persona adicta en el aislamiento, prefiriendo relacionarse primordialmente con la pantalla del ordenador. Destruye el equilibrio personal, porque la pornografía no se contenta con ser un ingrediente más sino que se entroniza en el centro de la personalidad, perturbando la voluntad, la inteligencia, las emociones y la memoria. Destruye la seguridad de la confianza, porque el adicto debe evitar ser sorprendido en su actividad, debiendo tomar muchas precauciones, de las que nunca está totalmente seguro de su eficacia. Destruye la dignidad, que queda sustituida por la vergüenza. Destruye la paz, que es desplazada por el trastorno y la condenación. Es imposible separar pornografía de adicción.
A diferencia del alcohol, con el que innumerables personas pueden convivir sin problemas, porque el dominio propio ha marcado bien los límites entre lo ordenado y lo desordenado, con la pornografía no es posible tal convivencia, pues por naturaleza la pornografía es dominadora, no conformándose con tener un papel secundario. No es posible tenerla arrinconada, como una fiera domada a la que se controla y dirige adonde se quiera. Es ella la que controla y dirige al individuo del que ha tomado posesión. El argumento de todos los pornógrafos, de los que Hugh Hefner es el padre, es que la pornografía es una expresión de libertad, que está consagrada en la Constitución de Estados Unidos en la primera enmienda, donde se prohíbe todo lo que limite la libertad de expresión.
El apóstol Pedro se refirió hace ya dos mil años a los que ‘tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo’i. Aprovechándose de una gran facultad que los seres humanos tenemos, como es la libertad, han logrado introducir su lucrativo y siniestro negocio en el marco legal, con el propósito de enriquecerse a costa de reducir a esclavitud a incontables personas. La bondad o maldad de la pornografía no es una cuestión debatible; resueltamente es perversa y adictiva, porque si no lo fuera no se tomarían tantas precauciones en empresas, universidades, bibliotecas, colegios y otros centros públicos para impedir el libre acceso a la misma.
Si es el paraíso que los pornógrafos afirman que es ¿cómo es que se veta la entrada al mismo en los organismos oficiales? Si es tan benigna ¿cómo es que se evita por todos los medios que los menores caigan en sus redes? Si no fuera adictiva significaría que un varón puede visitar determinado sitio desde su lugar de trabajo durante un minuto y no hacerlo más; pero si las empresas supervisan los contenidos que hacen sus empleados, es porque pueden pasar horas y horas sumidos en ese mundo, un día tras otro. Traficante de cuerpos y almas. En eso se resume la vida de Hugh Hefner.
Igual que los traficantes de otros tiempos, solo que aquella esclavitud era degradante en lo exterior y en lo interior, mientras que la promovida por Hefner es atractiva en lo exterior aunque degradante en lo interior, de ahí que sea más letal que aquélla. Una característica de la Gran Babilonia descrita en Apocalipsis 18:12-13 es que sus mercaderes no sólo trafican con cosas, sino también con personas, con cuerpos y almas. Lo mismo que Hefner. Verdaderamente el mal que este hombre ha hecho es inconmensurable. i 1 Pedro 2:16
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