Padre nuestro que estás en el cielo
y en mi país convulsionado, y en mi ciudad querida. En mi pequeño barrio de caras conocidas y bajo el viejo árbol de mi patio tranquilo.
Santificado sea tu nombre,
tantas veces mal usado, abusado y malgastado. Tu nombre que no sabe de manipulaciones ni de engaños.
Tu nombre bendito al que los necios desprecian; tu nombre sagrado, al que los hombres justos aman.
Venga a nosotros tu reino…
para instalarse en nuestro corazón, para transformar nuestros infiernos en paraíso. Para tener la fuerza de cambiar lo que sabemos que hace daño, para mirar con tus ojos- los del Reino- a nuestro prójimo y a nosotros mismos.
Que se haga tu voluntad así en la tierra como en el cielo,
y no la nuestra tan egoísta y egocéntrica. Ni de los que tienen el poder de decidir sobre la gente, el poder de declarar una guerra. Ni la voluntad de los que asumen el poder de anunciar quiénes sí o quiénes no tienen derechos.
Danos hoy nuestro pan de cada día,
sencillo pan que alegra la mesa en la familia, generoso pan que podamos compartirlo con el pobre; pan como recompensa segura y justa al que trabaja con honra.
Perdona nuestras ofensas
que ya se han hecho tan comunes y cotidianas. Que faltan el respeto a los que amamos; ofensas con forma de injusticias, olvido e indiferencia.
Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores…
¿Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores?
Y no nos dejes caer en la tentación
de creernos mejores, ni de que tenemos la razón; de creer que a nadie necesitamos, ni de que ya nada tenemos que cambiar.
De creer que ya no es necesario contar contigo, o que ya no es preciso orar…
mas líbranos del mal,
y de la desesperanza. Mas líbranos de olvidarte y echarte de menos.
Líbranos del desamor y del desánimo. Líbranos de la incredulidad y de la falta de paz en el alma...
POR QUE TUYO ES EL REINO, EL PODER Y LA GLORIA, POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS,
AMÉN
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