Estuve alejada de Dios por muchos años antes de rendirme finalmente a su voluntad, pero hay evidencia clara que prueba que su mano estuvo conmigo aun cuando estaba corriendo en la dirección opuesta.
De hecho, cuando mi esposo me abandonó en el 1999 con mi bebé de dos años, peleé con Dios y le demandé respuestas a esa injusticia. Él se mantuvo en silencio entonces, pero ahora sé que Él estaba guardándome y protegiéndome. Sus pensamientos hacia mí eran pensamientos de paz y no de mal, para darme un futuro y una esperanza (Jeremías 29:11).
De hecho, cuando mi esposo me abandonó en el 1999 con mi bebé de dos años, peleé con Dios y le demandé respuestas a esa injusticia. Él se mantuvo en silencio entonces, pero ahora sé que Él estaba guardándome y protegiéndome. Sus pensamientos hacia mí eran pensamientos de paz y no de mal, para darme un futuro y una esperanza (Jeremías 29:11).
Después que pasaron dieciocho meses de la desaparición de mi esposo, que dejó nuestras vidas en pedazos, fui arrestada por un crimen que no cometí. Enfrentaba cinco años de prisión, una sentencia que habría dejado a mi hija básicamente huérfana. Sin ayuda y sin esperanza, finalmente clamé a Dios, y Él me libró del plan del enemigo que destruiría nuestras vidas. Vistiendo un uniforme anaranjado brillante en la oscuridad de una cárcel del condado, entregué mi corazón a Aquel que me creó, y la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento guardó mi corazón y mi mente en Cristo Jesús (Filipenses 4:7).
Fue en este ambiente, en una cárcel llena de prostitutas, drogadictas, ladronas, y toda clase de criminales violentas, que escuché esa apacible voz de Dios por primera vez. En ese lugar de cautiverio, descubrí que donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad (2 Corintios 3:17).
Frente a la imposibilidad, Dios me enseñó que para el que cree todas las cosas son posibles para Él (Marcos 9:23).
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