Teniendo nuestra identidad clara, podemos pararnos firmes en medio de la adversidad. Somos hijos de Dios, tenemos un llamado de parte de Dios, y él nos ha capacitado para cumplir su propósito. Pero, a veces, no nos damos cuenta del valor y la bendición que hay en nuestra identidad.
En la palabra, desde Génesis, lo primero que Dios hizo fue poner, en Adán y en Eva, una identidad. Ante Eva, una de las cosas que Adán dijo fue: Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer. Cuando Adán vio que había algo bueno delante de él, inmediatamente entendió que hay momentos en que nos corresponde dejar cosas atrás, simplemente porque vamos en pos o porque tenemos algo mejor delante de nosotros.
Hay un pensamiento que dice que el enemigo de la excelencia son las cosas buenas. Las cosas buenas pueden llevarnos a dejar de lado que pudiera haber cosas todavía mejor. Hay cosas que, aunque sean buenas, simplemente por ir en pos de aquellas que son mejores, es necesario que las dejemos atrás. Hay que dejar cosas buenas, por tener cosas mejores. Y esa fue una de las cosas que Adán entendió. Hay personas que su identidad se ha visto atentada, no porque Dios no les haya llamado, o porque Dios no les haya capacitado, o porque no puedan entender que son hijos de Dios, sino porque no entienden que hay cosas a su alrededor que hay que dejar atrás, para poder moverse hacia adelante. Hay amistades a tu alrededor que tienes que dejar atrás para poder echar hacia adelante; en ocasiones, hasta la misma familia es la que está deteniéndonos.
En el Edén, Dios explicó que no todo lo había allí les pertenecía, sino que había algo que había que dejar, algo que no se podía tocar: El árbol del bien y el mal. Aquel árbol era lo que decía que aquel huerto le pertenecía a Dios, mientras su fruto no fuera tocado. No solamente hay cosas que tenemos que dejar, sino que hay cosas que no podemos tocar. Hay cosas que han sido limitadas para nosotros, que han sido sacadas de nuestra vida.
También en Génesis, vemos el momento en que Caín y Abel se presentaron delante de Dios con sacrificios, y conocemos el resultado de aquel sacrificio. Abel se presentó con el mejor de los sacrificios, escogió lo mejor de su ganado, lo mejor que él podía ofrecerle a Dios. Caín también se presentó con ofrenda delante del Señor, pero no había presentado lo mejor. ¿Te has preguntado de dónde Caín y Abel supieron que había que ofrendarle a Dios? El tiempo en que Adán y Eva estuvieron en el Edén, Dios tuvo que haberles enseñado cosas acerca de la adoración. Adán y Eva habían entendido lo que la Biblia nos dice en Mateo 6:21, que donde está nuestro tesoro, allí está nuestro corazón. Y ellos enseñaron a sus hijos a presentarse delante de Dios con sacrificio, porque ellos habían aprendido de una manera muy dura y muy amarga, qué era aquello que le pertenecía a Dios.
Una de las cosas que nos ayuda a tener identidad en Dios es nuestro sacrificio, es entender e identificar que no tan solo es necesario que dejemos cosas, sino que es necesario que además nos presentemos delante de Dios con cosas. Jesús no solo tuvo que despojarse de todo lo que tenía, sino que también tuvo que hacerse sacrificio, para pagar el precio por nosotros en la cruz del Calvario. El valor de algo es establecido por lo que alguien está dispuesto a pagar. Y tú tienes que entender que el precio que se pagó por ti supera por mucho el precio de las prendas más preciosas, de los autos más costosos, de las casas más lujosas. El precio que se pagó por ti es el más alto precio que jamás se haya pagado por alguien, es el precio de la sangre de nuestro Señor Jesucristo en la cruz del Calvario.
Así que, cuando hablamos de tu valor, cuando hablamos acerca de tu identidad, basta de pensar que no vales nada, que eres pequeño ante los ojos de Dios porque, al hacer eso, lo que estás haciendo es empequeñecer el sacrificio de nuestro Señor Jesucristo en la cruz del Calvario por ti.
Adán entendió que había cosas que había dejar, cosas que no podíamos tocar, y cosas que había que presentar; y vemos estos principios extendiéndose a través de la palabra del Señor. En Génesis 12:1-3, Dios le dijo a Abraham que se fuera de su tierra y de su parentela y de la casa de su padre, a la tierra que él le mostraría. Y Abraham se fue de allí, porque él sabía que había cosas que dejar, para encontrar algo mejor. Y Dios siguió diciendo: 2 Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición.3 Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.
Si parafraseamos lo que Adán entendió y lo que experimentó Abraham al recibir esta palabra de Dios, diríamos: Dios te está diciendo que hay personas que han dicho cosas acerca de ti, que no pueden entender lo que Dios quiere hacer contigo. La promesa de Dios es que él nos va a bendecir, y nosotros seremos bendición. Quizás, ante mensajes como este, piensas que tú no podrías dejar a tu familia, no podrías salir de tu trabajo, del lugar en que estás; pero entiende de una vez que el deseo de Dios, y el precio que él pagó por ti en la cruz del Calvario, fue para bendecirte.
Recibe esta palabra que Dios le dio a Abraham: Te bendeciré, y tú serás bendición. Entiende que esa gente, de la única manera que va a poder ser bendecida es cuando tú te muevas hacia adelante; entiende que tú también estás deteniendo la bendición de esas personas. Tú estás ahí porque tú los amas, pero Dios te dice: Muévete hacia al frente, porque no solamente te voy a bendecir a ti, sino que los voy a bendecir a ellos a través de ti.
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