“Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión del Espíritu, si algún afecto entrañable, si alguna misericordia, completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa. Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros”
No es novedad ni excepción los conflictos de relaciones, las diferencias y los enfrentamientos entre hermanos. y lamentablemente, desde el mismo lugar en que pronunciamos el mensaje de amor, hemos juzgado, condenado y castigado a otros.
Nuestro dedo índice se levanta sin tapujos para indicar la falla del hermano sin darnos cuenta de nuestra propia falta al señalarlo. “Por qué miras la paja que está n el ojo de tu hermano y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿o cómo dirás a tu hermano: déjame sacar la paja de tu ojo, cuando tienes una viga en el tuyo? ¡ Hipócrita! Saca primero la viga de tu propio ojo y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mateo 7:3-5).
En el momento del error, del traspié o la caída nadie necesita un golpe sino una mano tendida, una restauración: “tened entre vosotros ferviente amor, porque el amor cubrirá multitud de pecados” (1 Pedro 4:8)
Las palabras a los filipenses hablan de consuelo de amor, comunión del Espíritu, afecto entrañable, un mismo sentir. humildad y estima. Y son estas cosas las que debemos buscar entre nosotros. No como un mero ejercicio sino como el resultado del entendimiento de la Voluntad de Dios y de la experiencia de amor en nuestra vida.
¿No hemos acaso experimentado ese amor y esa gracia en nuestra vida? ¿cómo podemos negarla a quién es como nosotros mismos? Pareciera que el error del otro lo coloca por debajo de nosotros y olvidamos que debemos considerarlo como superior.
La unidad y el perdón sólo existirán entre nosotros en la medida en que nos amemos en Cristo, de manera que sea el resultado genuino de vivir el evangelio, una consecuencia directa de la presencia de Dios en nuestras vidas. La misericordia y el perdón siempre deben ser mayores que el juicio y la condena, porque eso nos mostró la gracia del Padre con nosotros mismos al entregar a su Hijo y perdonar nuestros pecados.
Recordemos cómo nos amó.
Pero, si mientras lees estas líneas has podido identificar a quién podrían venirle bien estas palabras… es que aún hay una viga en tu ojo.
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