Hoy día millones de hombres cristianos creen que su espiritualidad se mide por el nivel de control que puedan ejercer sobres sus esposas y basan sus creencias en una interpretación equivocada de las Escrituras. Piensan que son verdaderos “hombres de Dios” porque nunca escuchan el consejo de sus esposas y no permiten que las opiniones de estas “atenten” contra la masculinidad que Dios les dio. ¿De dónde sacan la idea de que este estilo autoritario de liderato se parece aun remotamente al estilo de Cristo?
La perspectiva patriarcal y rígida de la familia cristiana dice que los hombres han sido colocados por Dios en el rol de jefe y proveedor a tiempo completo. El papel de esposo, según el modelo conservador, es dirigir y proteger a su esposa, mientras que el de ella es confiar en él y someterse a su autoridad en todo momento sin cuestionar.
Esta perspectiva se ha derivado de la mala interpretación de las palabras de Pablo en Efesios 5:23-28: “Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha. Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama”.
No podemos entender el significado completo de este pasaje bíblico sin leerlo a la luz de su contexto cultural. Tenemos que recordar que en el momento que Pablo pronunció estas palabras (probablemente en el 60 d. C.), las mujeres no tenían ningún derecho en la sociedad y se consideraban propiedad de sus padres o esposos. Los hombres pensaban que las mujeres eran ignorantes (y muchas de ellas realmente lo eran debido a que los hombres no les permitían educarse).
Durante el primer siglo los efesios estaban sumergidos en las culturas griegas y romanas. Los griegos veían a las mujeres con desdén y los romanos enseñaban que las esposas debían mantenerse en su lugar como inferiores. Plutarco, el filósofo romano, creía que la mujer “debía hablar o a su esposo o a través de su esposo”. Una vez en un discurso, el famoso Catón le advirtió a los líderes romanos: “Tan pronto como [las mujeres] comiencen a ser sus iguales, se convertirán en sus superiores”.
En el tiempo del Nuevo Testamento, la idea del hombre de “gobernar la familia” era mantener a su esposa encerrada en la casa para hacer las labores agotadoras, atender la granja familiar, proveer gratificación sexual y tener tantos hijos como él quisiera para tener suficientes obreros para recoger las cosechas. Si moría en el parto, buscaba otra esposa. Si no lo satisfacía en la cama, buscaba una mujer más joven fuera de la casa que complaciera sus necesidades sexuales.
Sin embargo, cuando Pablo trajo el mensaje cristiano a los efesios vino con un modelo de familia radicalmente nuevo que iba a la misma médula de lo que estaba mal con el mundo: “Maridos, amad a vuestras mujeres...”. ¡Quizás no nos damos cuenta de lo revolucionarias que fueron estas palabras en el primer siglo!
Fue aún más revolucionario cuando Pablo le dijo a los hombres efesios que amaran a sus esposas “como a sus mismos cuerpos” (v. 28). Esto significaba que el hombre y la mujer eran iguales. Significaba que los hombres cristianos tendrían que romper su mentalidad pagana del Oriente Medio y dejar de mirar a sus esposas como si fueran animales inferiores sin cerebro. Las sencillas palabras de Pablo hicieron añicos la raíz del prejuicio por sexo.
Y cuando Pablo le dijo a los hombres que amaran a sus esposas “como Cristo amó a la iglesia”, implicó algo aún más revolucionario: las mujeres eran tan merecedoras de la gracia de Dios como los hombres. Encontramos en estos tiernos versículos el fundamento para la idea cristiana de la igualdad de los sexos.
En este pasaje Pablo estaba declarando que el hombre no estaba más “sobre” la mujer. Los esposos no podían dominar más a sus esposas o tratarlas como esclavas. Ahora que Jesucristo había venido, la maldición del dominio sobre la mujer que comenzó en el jardín del Edén se había roto. ¡Se le devolvió a la mujer un lugar de respeto y dignidad! Esto fue una buena noticia para las mujeres de Éfeso y es una buena noticia para las mujeres de hoy.
Pero si esto es cierto, ¿por qué Pablo todavía dice que el hombre debe servir como “cabeza” de su esposa? ¿Acaso eso no le da el derecho a dominarla? Eso depende de si queremos el modelo de liderazgo cristiano o el secular.
El esposo sí funciona como un líder. Pero el Evangelio de Jesucristo —quien fue el máximo ejemplo de un compasivo “líder servidor”—no permite que el esposo imponga su liderazgo de una manera autoritaria ni que el hombre vea su rol de “cabeza” como una jerarquía dada por Dios que lo coloca sobre su esposa para dominarla o negarle sus derechos.
En otras palabras, el ser la cabeza del matrimonio en el sentido bíblico verdadero puede verse solo si el esposo: (1) reconoce que su esposa es su igual, (2) la ama sacrificadamente, (3) le da poder a su esposa al permitirle compartir su autoridad.
¿No es esto lo que Jesús hizo por la Iglesia? Él accedió a dejar las glorias del cielo y tomar forma de hombre. Se dio voluntariamente para morir en la cruz y luego le concedió a sus seguidores su autoridad divina, haciéndolos coherederos de su Reino. Este es el modelo que deben seguir los esposos cristianos. Primero deben humillarse y reconocer que sus esposas están en el mismo lugar que ellos. Luego deben concederle a sus esposas la misma autoridad de ellos para que de esa manera puedan gobernar juntos. Esto es ser “cabeza” a la manera de Cristo.
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