La soberanía de Dios se ve en la muerte de Jesús. Él había vivido su vida en la tierra entre los hombres. Tenía treinta y tres años y llegó el tiempo en que debería ser el rey de Israel; así pensaba la gente. Incluso intentaron hacerlo rey por la fuerza (Juan 6:15), pero Él se negó. Así que lo agarraron y lo clavaron en la cruz.
Una vez oí decir a un predicador y creo que tiene razón que los discípulos nunca pensaron que alguien podría clavar a Jesús en el madero, que ellos nunca creyeron que Jesús podría morir. Ellos creían que este Hombre, este Hombre maravilloso que podía aquietar las olas, sanar a los enfermos, echar fuera al diablo, y hacer ver a los ciegos, no podía morir. O si moría, creían que inmediatamente resucitaría en majestad y sería rey de Israel. Y sin embargo, allí estaba, colgando de una cruz. Fueron y lo bajaron. Con gran tristeza y lágrimas lo envolvieron en su sudario.
Usaron ungüentos para tratar de darle una especie de embalsamamiento y lo pusieron en la tumba nueva de José.
Unos pocos días después, dos hombres andaban solos por el camino a Emaús. Y mientras caminaban, se les acercó un Hombre y les dijo (estoy parafraseando aquí): “¿Por qué se ven tan tristes? ¿Por qué bajan tanto la voz? ¿Por qué parecen tan deprimidos?”.
Ellos respondieron: “Tú debes ser extranjero en Jerusalén. ¿No sabes que se levantó un gran profeta y creímos que era el Hijo de Dios? Y no creíamos que pudiera morir, o si moría, creíamos que resucitaría. Este es ya el tercer día y nada ha ocurrido y todas nuestras esperanzas se han derrumbado. No hay nada sino un sombrío desaliento ante nosotros”.
Y Él les comenzó a hablar. Mientras hablaba, Él actuaba como si fuera a seguir, así que ellos lo invitaron a quedarse a comer. Cuando Él partió el pan, vieron las marcas de los clavos en sus manos, entonces se miraron y Él desapareció de su vista. Se pusieron de pie de un salto y dijeron: “¿No ardía nuestro corazón . . . ?” (Vea Lucas 24:13–32).
El Dios todopoderoso vino e hizo el maravilloso milagro de todos los milagros: Él resucitó de la muerte a un Hombre que había muerto y lo glorificó. Y así el Dios Soberano abrió una vez más camino en el torbellino y la tormenta.
Hoy estamos entrando en un período de la historia como nunca hubo desde que se enfrentaron Jesucristo y el Imperio romano. El Dios que vivió entonces vive hoy. De modo que no tengo temor ni duda; puedo dormir tranquilamente porque creo que Dios tiene sus planes y los llevará a cabo.
¿Cuáles son los planes de Dios? Por un lado, están las promesas de Dios a Abraham y a Israel. Dios las hizo y Dios las cumplirá. Dios dijo a Abraham que sus descendientes tendrían la tierra. Y le dijo a Israel que Él reinaría sobre la casa de Jacob para siempre. Yo creo que Dios cumplirá sus promesas a Abraham y a Israel. Y no creo que exista ninguna posibilidad de evitar que Dios lo haga.
Dios también ha decretado que una compañía de redimidos será llamada y glorificada.
Después de la Segunda Guerra Mundial, los misioneros comenzaron a decir que quedaban solamente tantos años más para la actividad misionera. Los jóvenes que sentían el llamado al campo misionero no iban porque decían: “¿Qué sentido tiene prepararse para el campo misionero? Parece como si las puertas se estuvieran cerrando, una tras otra”.
Pero usted puede estar absolutamente seguro de que Dios es perfectamente libre, en todo lugar, en todo tiempo, de hacer todo lo que Él está dispuesto a hacer, de cumplir sus propósitos. Y uno de sus propósitos es dar a luz un pueblo redimido de toda lengua, pueblo, tribu, nación, color, raza y origen étnico de todo el mundo (Apocalipsis 5:9). Los hará semejantes a su santo Hijo, y serán la novia de su Hijo. Jesucristo, el Hijo de Dios, los presentará al Padre rescatados, redimidos y purificados pues son vírgenes y caminan con el Cordero. Yo creo esto.
No creo que las divisiones de la Iglesia, o los falsos “ismos” que están diseminados por todas partes vayan a cambiar o estorbar el propósito de Dios. Él abrirá camino en el torbellino y la tormenta, y las nubes serán el polvo de sus pies.
Él también ha decretado que los pecadores serán quitados de la tierra (Salmos 104:35). Los pecadores están bastante arraigados ahora. El crimen organizado opera en los Estados Unidos de costa a costa. Los criminales están tan bien organizados que las autoridades, incluso el FBI, no pueden hacerles frente. Si los arrestan, la Suprema Corte los libera por evidencia insuficiente. El pecado está muy arraigado en el mundo; está organizado como un cáncer que ha comenzado a obrar en el cuerpo de un hombre.
He oído del cáncer que se disemina por todo el cuerpo de una persona hasta que sus raíces están en todas partes, como un pulpo. Por supuesto, ese paciente no dura mucho tiempo. Si no fuera porque el Dios soberano gobierna el mundo, esta raza humana no podría durar mucho tiempo. El cáncer de la iniquidad, como una vil enfermedad, tiene sus raíces en todas partes. Pero Dios dice que Él va a sacar de la tierra a los pecadores. Habrá “cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (1 Pedro 3:13). Dios ha ordenado que la tierra sea renovada y los pecadores sean quitados.
Nada ni nadie puede detener a Dios.
Usted puede decir: “Dios es bienintencionado, y tiene poder y autoridad, pero alguna circunstancia imprevista puede desbaratar sus planes”. Pero, ¡para Dios no existen las circunstancias imprevistas! Cuando usted comienza una caminata por la manzana, un gato negro puede correr enfrente de usted; un policía puede llamarlo a un lado; usted puede caerse muerto; un automóvil puede subir sobre la vereda y quebrarle una pierna. Usted nunca sabe. Las circunstancias imprevistas están en todas partes rodeándolo a usted y a mí, pero el Dios soberano no sabe de circunstancias imprevistas. Él ha visto el fin desde el principio. Nunca necesita preguntar lo que hay en un hombre; Él conoce a todos los hombres. De modo que no puede haber circunstancias imprevistas.
Además no hay accidentes a los ojos de Dios, porque la sabiduría de Dios previene un accidente. Usted puede estar conduciendo por la autopista a cuarenta millas por hora. Un neumático explota y usted cae a una zanja. Alguien no hizo muy bien el neumático y no encajaba. (Solía hacer neumáticos en una fábrica de caucho en Akron, Ohio; con algo de trabajo los poníamos dentro; ¡es un milagro que no explotaran antes de salir de la fábrica!) Pero la sabiduría del Dios todopoderoso nunca tiene un reventón. El Dios todopoderoso sabe lo que está haciendo; Él es absolutamente sabio y no puede haber accidentes. Nadie puede darle una contraorden.
Se dice que una de las mayores dificultades durante la Segunda Guerra Mundial fueron las contraórdenes. Tenían generales tan obstinados y estos hombres estaban muy ocupados. Uno daba una orden y otro la contrarrestaba. Usted puede leer registros de eso aquí y allá. Un individuo comienza a hacer algo y otro dice: “¡Espera un momento! Tengo una orden de Fulano de Tal, cancelando eso”. Entonces el otro compañero decía: “Tengo una orden de otra persona diciéndome que lo haga”. Corrían en círculos dando vuelta y vueltas.
Pero le pregunto, ¿quién puede contrarrestar una orden dada por el gran Dios todopoderoso? Cuando el Dios soberano dice que tiene que ser de esta manera, es de esa manera ¡y nadie lo puede cambiar!
Algunos pueden preguntarse si Dios puede fallar por debilidad. Pero el Dios omnipotente no puede ser débil, porque Dios tiene todo el poder que existe. Las bombas de hidrógeno, las bombas de cobalto, las bombas atómicas y todas las demás, ¡no son nada! Son las canicas con las cuales Dios juega. Dios en su infinita fuerza, sabiduría, autoridad y poder, abre camino en el torbellino y la tormenta. Eso es lo que significa la soberanía.
¿Qué significa esto para usted y para mí? Significa que si usted se va de la iglesia contrariando la voluntad de Dios y su camino, Dios no quiere que usted haga eso, pero quiere que sea libre de hacerlo. Y cuando usted libremente elige caminar contra la voluntad de Dios, elige libremente ir por el camino de la perdición. Eso se refiere al cielo y al infierno: nadie está en ese lugar por accidente. El infierno está poblado de gente que eligió ir allí. Pueden no haber elegido el destino, pero eligieron ese camino. Ellos están allí porque les gusta el camino que conduce a la oscuridad. Y fueron libres de tomarlo porque el Dios soberano les concedió toda esa libertad.
Todo el que está en el cielo está allí porque eligió ir allí. Nadie se despierta encontrándose en el cielo por accidente, diciendo: “Nunca proyecté venir aquí”. ¡No! Se dice que el hombre rico murió y en el infierno levantó sus ojos; el hombre pobre y bueno murió y fue al seno de Abraham (Lucas 16:22–23). Cada uno de ellos fue a donde pertenecía.
Cuando Judas murió fue “a su propio lugar” (Hechos 1:25). Y cuando Lázaro murió, fue a su lugar: los lugares que habían escogido. Así que recuerde esto: Quienquiera que no esté del lado de Dios está del lado del perdedor.
Todo esto se aplica al tema de la consagración y de la vida profunda, de obediencia al Señor. Sonreímos y nos encogemos de hombros y lo hacemos parecer como si fuera opcional; algo que podemos hacer o no, según nos plazca. Pero la consagración a la voluntad de Dios es una necesidad absoluta, si usted va a estar del lado de Dios. Si usted está del lado de Dios, no puede perder; si está del otro lado, no puede ganar. Es tan fácil como eso. No importa qué agradables podamos ser, qué rectos, cuánto demos a las misiones, qué morales seamos, si nos estamos oponiendo a Dios no podemos ganar. Pero si nos rendimos y vamos al lado de Dios, no podemos perder.
Un hombre que esté con Dios, no puede perder, porque Dios no puede perder. Dios es el Dios soberano que está abriendo su camino en el torbellino y la tormenta. Y cuando la tormenta acabe y el torbellino de la historia se haya disipado, el Dios que se sienta en el trono con el arco iris alrededor, seguirá estando sentado en ese trono.
A su lado estará una compañía de redimidos que eligieron seguir el camino de Dios; el cielo no estará lleno de esclavos. No habrá conscriptos marchando en los ejércitos del cielo. Todos estarán allí porque ejercieron su soberana libertad de elegir creer en Jesucristo y rendirse a la voluntad de Dios.
El domingo pasado por la noche hablé con un hombre que dijo algo al respecto: “No puedo decirle sí a Dios. No puedo rendirme”. Él es un joven refinado, agradable, e inteligente. Pero no pudo decirle sí a la parte ganadora. Así que le estaba diciendo sí a la parte perdedora. Si usted le dice sí a Dios, no puede perder. Y si usted le dice no a Dios, no puede ganar.
Si ese es su problema, usted está luchando con Dios.
Pregunta: “¿Por qué no soy lleno del Espíritu Santo?”. Es porque está luchando con Dios. Dios quiere que vaya por este camino, pero usted va parte del camino y después se desvía. Siempre hay una controversia allí entre usted y Dios.
¿Está del lado de Dios, completa, enteramente, para siempre? ¿Le ha dado todo a Él: su hogar, su negocio, su escuela, su elección del compañero o compañera de su vida? Elija el camino de Cristo, porque Cristo es Señor y el Señor es soberano. Es tonto elegir cualquier otro camino. Es una locura tratar de pasarse de listo con Dios, tratar de luchar contra Él. “¿Por qué contiendes contra él?” (Job 33:13).
-
0 comentarios:
Publicar un comentario