Si comprobásemos que por la misericordia de Dios el pueblo rebelde de Israel era convencido de su error, se arrepentía y luego era prosperado, deberíamos preguntarnos si con los cristianos el Señor opera de la misma manera aún hoy.
Una de las características de los israelitas era su inconstancia; pasaban de unos pocos años de prosperidad a largos períodos de sufrimiento que incluían sangrientas derrotas, duros cautiverios, largos lamentos y desconsolado llanto.
Tras establecerse en Canaán, la fértil tierra prometida, no pasaría mucho tiempo antes de que los israelitas olvidaran la sobrenatural manera en que Jehová Dios les había abierto camino y guiado en sus años de peregrinaje.
Comienza el tiempo en que dejarán su vida nómada y semi sedentaria, para convertirse en agricultores. Ya en tierra propia desarrollaron sus habilidades artesanales, dejaron de vivir en tiendas, construyeron viviendas con materiales locales, adobe y paja; hicieron el Tabernáculo que remplazó al del desierto. “Josué está a punto de culminar la obra comenzada por Dios con Moisés, cuando divide la tierra entre las tribus; entonces levanta nuevamente el tabernáculo en Silo, en la porción asignada a la tribu de Efraín, y así se cumple la profecía de Jacob a Judá” .
I. PROSPERIDAD DE ISRAEL: PERÍODO DE LOS JUECES
Podemos distinguir tres etapas bien definidas dentro de ese período conocido como ‘de los jueces’:
1. REPARTO DE LA TIERRA Y COMPROMISO DE SERVIR A DIOS
Esta primera etapa comienza en los últimos años de vida del líder Josué. Obedeciendo a Dios, el sucesor de Moisés ya había procedido a circuncidar a todos los varones que habían cruzado en seco el Jordán y también había asignado por sorteo las tierras que tocarían a las tribus de Israel, tomando en cuenta las que Moisés ya había asignado al este del río Jordán a Rubén, a Gad y a la mitad de la tribu de Manasés. Recordemos que la parte de la tribu de José fue dividida entre sus hijos Efraín y Manasés; también, que la de Leví – cuyos hombres no luchaban pues estaban consagrados al sacerdocio - no recibió tierra pues su parte de la heredad era el mismo Jehová Dios.
Había un detalle nada pequeño, esas tierras estaban habitadas por antiguos reinos paganos. Tomar posesión de ellas significaba que las nueve tribus y media (la otra mitad de Manasés) primero debían expulsar a sus moradores. Eso implicaba librar batalla contra los ejércitos de muchos reyes vecinos que no las dejarían sin oponer resistencia.
Al final de su libro, leemos que Josué reúne a todo el pueblo y les recuerda –uno por uno - los hechos de Jehová Dios a favor de sus antepasadosy los motivos por los cuales Él los había escogido como pueblo. Luego, les hace ver que ellos no habían obrado de manera alguna para merecer nada de lo recibido, con estas palabras:
“ Y os di la tierra por la cual nada trabajasteis, y las ciudades que no edificasteis, en las cuales moráis; y de las viñas y olivares que no plantasteis, coméis.
Ahora, pues, temed a Jehová, y servidle con integridad y en verdad; y quitad de entre vosotros los dioses a los cuales sirvieron vuestros padres al otro lado del río, y en Egipto; y servid a Jehová.”
El pueblo responde unánimemente con el compromiso de servir a Jehová. En prueba de su decisión los israelitas levantaron un memorial de piedra en Siquem, para testimonio de que no serían infieles a su palabra.
El primer capítulo de Jueces muestra al pueblo consultando con Dios antes de obrar. Conforme a las instrucciones que reciben deciden avanzar y arrojar de sus tierras a los cananeos y ferezeos que la habitaban. Los que conquistan Jerusalén la queman; pero dejaron vivir con ellos a los jebuseos que la habían fundado. A medida que se hizo fuerte Israel dejó de perseguir a los cananeos y a los amorreos convirtiéndolos en sus tributarios.
Esta etapa se cierra con la certeza de que Israel fue prosperado por Dios mientras le sirvió con fidelidad:
“Y sirvió Israel a Jehová todo el tiempo de Josué, y todo el tiempo de los ancianos que sobrevivieron a Josué y que sabían todas las obras que Jehová había hecho por Israel.”
La conclusión nos habilita a preguntar qué pasó después. Como veremos, Israel no siguió obrando de igual manera.
Tener memoria de las obras de nuestro Dios nos ayuda a tener fe en Su fidelidad. Pero, Él por ser justo y no deudor, habrá de pagarnos a cada uno conforme a nuestras obras.
2. ISRAEL PROSPERA, Y ADORA A BAAL Y ASTAROT (ASERA)
La segunda etapa comienza con la generación que sigue a la de Josué y a la de los ancianos que gobernaron después de él. Esa generación, lejos de mejorar el estilo de vida recibido de sus antecesores, se rebela y actúa con maldad. Dice así el texto:
“Y toda aquella generación también fue reunida a sus padres. Y se levantó después de ellos otra generación que no conocía a Jehová, ni la obra que él había hecho por Israel. Después los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Jehová, y sirvieron a los baales. Dejaron a Jehová el Dios de sus padres, que los había sacado de la tierra de Egipto, y se fueron tras otros dioses, los dioses de los pueblos que estaban en sus alrededores, a los cuales adoraron; y provocaron a ira a Jehová. Y dejaron a Jehová, y adoraron a Baal y a Astarot.
Y se encendió contra Israel el furor de Jehová, el cual los entregó en manos de robadores que los despojaron, y los vendió en mano de sus enemigos de alrededor; y no pudieron ya hacer frente a sus enemigos. Por dondequiera que salían, la mano de Jehová estaba contra ellos para mal, como Jehová había dicho, y como Jehová se lo había jurado; y tuvieron gran aflicción.”
Como se ve, no tener una relación cercana con Dios fue el motivo de que Israel, a medida que se urbanizaba, fuera adquiriendo hábitos en los que predominaban culturas paganas. Poco a poco el pueblo de Dios dejó de parecerse a lo que había sido y se mimetizó con pueblos ambiciosos, egoístas, codiciosos y altaneros. Les ocurría que cuando más tenían menos conformes estaban y más irascibles se ponían. Entonces se volvieron insaciables y quejosos.
¿Podrían disfrutar de su herencia, si volvían la espalda al Único que les daba pruebas de amor, rectitud y fidelidad? Paradójicamente, estaban dispuestos a pagar con sus vidas el goce efímero de la prosperidad que procuraban. Ningún juez gobernó como jefe supremo porque su función no era lograr la unidad nacional, sino resolver los problemas puntuales de la vida diaria. La unificación ansiada tuvo que esperar hasta que llegaron los reyes .
3. DESVENTURAS DE ISRAEL Y MISERICORDIA DE JEHOVÁ
El pueblo vivía de tal manera que cada uno hacía lo que mejor le parecía; de esta manera alimentaban la anarquía. Jehová Dios respondió levantando a un número de hombres y a una mujer de gran carisma en quienes infundió un poder sobrenatural para juzgar a esa gente difícil y rebelde. Ellos fueron: Otoniel, Aod, Samgar, Débora y Barac, Gedeón, Tola, Jair, Jefté, Ibzán, Elón, Abdón, Sansón, Elí y Samuel (estos dos últimos sacerdotes levitas) .
En sus tiempos soberanos Jehová Dios puso y cesó en sus funciones a estos jueces sin seguir una cronología institucional determinada; respondió, eso sí, a los cambiantes humores en la vida de los israelitas; lo que daba lugar a ciclos repetitivos de distinta duración. Cada uno de esos ciclos tenía cuatro fases:
A. Prosperidad. Cuando Israel era prosperado por obedecer a Dios se sentía autosuficiente, olvidaba enseñanzas de los patriarcas; caía en idolatría, perdía el temor de Dios, y como consecuencia le sobrevenía todo tipo de males.
B. Apostasía. Dios les enviaba un juez que les hacía ver su rebeldía a la Ley y sus constantes desvíos del Libertador que los había sacado de la esclavitud en Egipto.
C. Arrepentimiento. El pueblo reconocía su pecado, se arrepentía, se humillaba y clamaba a Dios por liberación de sus enemigos y de sus numerosos males.
D. Liberación. Movido a misericordia, Jehová Dios intervenía liberando a Israel de su nueva esclavitud; y lo reconvenía para que no reincidiera. Sin embargo, el pueblo prosperado por Dios reincidía y el ciclo se repetía una y otra vez comenzando por A.
Sus desaciertos se multiplican, cansados de ellos, los israelitas reclaman al anciano Samuel por un rey. Veamos, brevemente, cómo comienza y termina este segundo período histórico del pueblo que quiso prosperar por su cuenta.
II. PROSPERIDAD DE ISRAEL: PERÍODO DE LOS REYES
El deseado hijo de Ana consagrado por esta insigne mujer al Señor que se lo dio, ya ha envejecido tras suceder como juez a Elí. Pero, sus hijos no se conducen en el temor de Jehová como lo había hecho siempre Samuel. Los ancianos se apoyan en esta situación y se presentan ante el líder indiscutido y razonan con él como mundanos. Le piden que les constituya un rey, como tienen todas las naciones. Ya no quieren ser el pueblo cuyo rey es Dios. Suponen que hubieran prosperado más si ellos hubiesen dirigido su propio destino. Por eso, desean hacerse de un nombre, alimentar su autoestima; honrar su nacionalidad, seguir escribiendo esa historia en cuyas etapas creen mostrar suficientes pruebas de capacidad y honor. ¿Acaso no son ‘el pueblo escogido’ de la Roca de Israel?
Pero, ese pedido no es más que carnal; esos israelitas no han recibido aún la visión que el Rey dará a David en sus días postreros respecto del Mesías, el Rey de reyes cuyo reino no tendrá fin ( .
Después de orar y consultar con Dios, Samuel dialoga con ellos y les transmite el mensaje que viene del Cielo. Si optan por tener un rey aparte de Jehová, deberán enfrentarse con una serie de situaciones para la que ellos no están preparados. No es lo mismo creer y esperar en el Señor, que exigirle la provisión de herramientas de autogestión. Pero ellos no quieren oír lo que el Rey les aconseja a través del sabio guía y, finalmente, logran lo que buscaban. Dios condesciende con ellos como tantas veces hizo y hará, y en su misericordia habrá de darles oportunidad de comprobar que no es con un rey, ni con ejército ni con espada sino con Su Santo Espíritu que se prospera de verdad. Sin embargo, esto les llevará tiempo aprender por vía de la experiencia.
No trazaremos comparaciones entre Saúl, el rey unilateralmente exigido por Israel y David, el varón que Dios escogió ‘conforme a su corazón’.Preferimos dejar atrás las historias del bravo guerrero Saúl y su entronización popular como primer rey, pero contrariando a Jehová y a su fiel servidor Samuel. También soslayaremos las incomparables páginas escritas por David, valiente joven respetuoso de su rey, a quien las mujeres del pueblo agasajaban cantando ‘Saúl hirió a sus miles y David a sus diez miles’ después de vencer con su honda al gigantesco filisteo, Goliat, en el nombre de Jehová.
Nadie hablaba por entonces del rencor criminal con que Saúl persiguió a quien le sucedería en el trono y recibiría el encargo divino de proyectar el primer templo en Jerusalén. Pocos conversarían ya de la época de esplendor y prosperidad que decoró el reinado de Salomón, constructor del primer templo. Todos hablan ahora de un solo tema: el desencuentro que culmina con la división del reino. Las diez tribus que siguen con el nombre de Israel son ahora el Reino del Norte, y Judá pasa a ser el Reino del Sur.
Este no es un estudio sobre los reyes de los dos reinos, sino una mirada general sobre la monarquía y su influencia en la eventual prosperidad del Israel antiguo. El objetivo único es saber si allí podemos encontrar indicios que justifiquen el hecho de poner a Israel como paradigma de la prosperidad a ser deseada por todo cristiano.
Desde Jeroboam a Oseas el Reino del Norte ofrece unas características francamente negativas. De ninguno de sus 18 reyes comenta la crónica bíblica que haya hecho lo bueno a los ojos de Dios. Por el contrario, fueron asesinos, profanaron el sacerdocio ordenado por Jehová y fabricaron ídolos de animales. Los peores fueron Omri y Acab. Son alabados Joram, solo por haber eliminado la adoración de Baal, Jehú por matar a los profetas de Baal y tener un gran celo por el Señor, y Joacaz porque al final de su reinado se arrepintió ante Jehová e Israel fue rescatado de la opresión enemiga. De hecho, debido a la reiterada rebelión contra Dios, Oseas es derrocado por los asirios y los israelitas son llevados en cautiverio.
Roboam, hijo de Salomón es el primer rey del Reino del Sur (Judá) aunque asumió antes de la división. Los ancianos le habían aconsejado reducir la carga impositiva impuesta por su padre, a lo que se negó siguiendo el consejo de los más jóvenes. Esta decisión sublevó a las tribus, diez de las cuales se separaron nombrando a Jeroboam como su rey. Roboam tuvo que abandonar Siquem y refugiarse en Jerusalén. En adelante, se sucederían frecuentes enfrentamientos armados entre el Norte y el Sur, hasta la invasión del Reino del Norte por los asirios.
Hubo 20 reyes en Judá que reinaron por mucho más tiempo que los de Israel mientras este existió como reino. Roboam regresó a Dios después de apartarse por largo tiempo; solo seis reyes obedecieron a Jehová e hicieron lo bueno a los ojos de Dios; ellos fueron: Abías, Asa, Josafat, Jotam, Ezequías y Josías. En general, resistieron invasiones, destruyeron los altares de Baal en los sitios altos, repararon el templo, y recibieron a muchos que abandonaron el reino de Israel. Del resto, unos mezclaron lo bueno y lo malo y otros hicieron solo lo malo a los ojos de Jehová.
El balance a lo largo de esos 344 años con 38 reyes no es para nada alentador. Este gran intento de establecer a Israel como reino terrenal terminó con la humillante esclavitud en Babilonia. Final paradójico éste, si tenemos en cuenta el llamado de Dios a Abraham y el anuncio de que, antes de cumplirse la promesa, su descendencia sería esclavizada y oprimida en tierra ajena por 400 años; como ocurrió en Egipto, de donde serían librados.
A estas alturas podemos cotejar lo que leemos en nuestra Biblia con las enseñanzas de los que predican que los cristianos estamos llamados a ser prosperados pactando con Dios como Él hizo con el antiguo Israel.
¿Ignoran esos innovadores que es Dios quien pacta con el hombre y no a la inversa? ¿Quiénes somos nosotros para aconsejarle a Dios qué tiene que hacer para bendecirnos? ¿Es mérito nuestro que Dios en su soberana voluntad e incomparable gracia nos haya escogido en Cristo Jesús antes de la fundación del mundo? Pablo lo explica bien:
“Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe. Porque si los que son de la ley son los herederos, vana resulta la fe, y anulada la promesa. (…) Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino también para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros (...)por lo cual también su fe le fue contada por justicia.
Y no solamente con respecto a él se escribió que le fue contada, sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación.”
Si solo obedeciendo a lo que mandan aquellos predicadores permitiremos que Dios pueda ejercer misericordia con nosotros, sacarnos de la bancarrota, prosperarnos materialmente y sanar todas nuestras enfermedades ¿dónde ponen ellos el Evangelio de la Gracia predicado por Jesús y los apóstoles?
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