La traducción de la versión de la Biblia Reina Valera de este versículo de la primera carta del apóstol Juan es especial en cuanto nos descubre una verdad acerca del amor que muchas veces ignoramos.
“En esto hemos conocido el amor…” apunta a nuestra incapacidad de discernir o conocer el verdadero amor sino es por iniciativa y revelación de Dios mismo. Y el conocimiento del amor como Dios lo conoce nos es manifestado a los hombres en un acto sublime y cargado de significación como ningún otro realizado antes o después en la historia de la humanidad: “en que él (Jesucristo) dio su vida por nosotros.”
El mismo Juan nos sigue diciendo más adelante: “El amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo, para que, ofreciéndose en sacrificio, nuestros pecados quedaran perdonados.” I Juan 4:10 (DHH)
Una vez más vemos que el amor como Dios lo conoce no es producto del corazón de ningún hombre, sino que tiene su origen en el seno del propio Dios. Antes del amor de Dios, el ser humano no es capaz de generar ni albergar amor alguno. Juan lo deja bien claro: el amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él nos amó a nosotros.
Esto evidencia una diferencia insalvable entre el amor que puede profesar el ser humano en contra posición con el amor de Dios. Ninguna expresión de cariño o afecto humano se compara con el entendimiento que Dios tiene de su amor, un amor no teórico sino total y plenamente expresado en la vida y obra del Señor Jesús. Casi que instintivamente nos asalta la pregunta: ¿Puede hacer el hombre ejercicio de algún tipo de amor fuera del amor con el que Dios nos ama?
El autor Jack Scott* es mucho más categórico en su afirmación, declara que el verdadero amor comienza con lo que Dios hizo por nosotros por medio de Jesucristo. Y sabiamente sostiene que el amor que no proviene de la comprensión de que Dios nos amó primero no es un amor según el entendimiento de Dios sino un amor fraudulento.
Fraudulento en menoscabo del hombre mismo, del que lo da y del que lo recibe, aunque pueda resultar duro de digerir es totalmente compatible con el concepto bíblico de amor y con el concepto bíblico de la naturaleza del corazón del hombre. (“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” Jeremías 17:9)
Un amor que no proviene de un corazón en paz con Dios dista mucho del amor verdadero. El amor que se declara desinteresado pero tiene raíces netamente egoístas nunca puede ser un amor conforme a la justicia de Dios. Sólo aquel amor puesto en perspectiva de quienes éramos y de quienes hemos sido hechos gracias a la cruz de Cristo aspira con mayores chances a acercarse a la medida del amor de Dios.
Quien se sabe amado por Dios y corresponde a ese amor posee un amor que sabe mirar con misericordia, porque la ha experimentado en carne propia, un amor que se sabe inmerecido y que como tal no se retacea sino que se da con la misma generosidad con la que se lo ha recibido. Dispone de un amor bondadoso, sin lugar para el orgullo porque no es suyo sino dádiva de quien nos amó primero. Un amor sufrido, que todo lo soporta, que todo lo espera y que todo lo cree (I Corintios 13:7).
Amamos porque Dios nos amó primero ¡o no amamos en absoluto!
Y la Palabra de Dios lo confirma sin vacilaciones: “Nosotros amamos, porque él nos amó primero.” I Juan 4:19
Para poder amar verdaderamente debes sentirte primero amado por Dios. Si aún no has experimentado el amor de Dios en tu vida, escríbenos, queremos ayudarte a descubrir ese amor para ti.
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