Luciano Rubio, en 2011.
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Luciano Rubio recorrió dando tumbos por el mundo entero antes de conocer a Dios. Hoy transita la fase final de una enfermedad consecuencia de su pasado de alcoholismo y drogadicción con una fe firme y una esperanza eterna.
05 DE MAYO DE 2013, NEW HAVEN, ESTADOS UNIDOS
Hace tiempo que no toca la guitarra ni compone canciones. Ahora es su hija de 11 años la que canta una canción que compuso para él (en inglés). Su voz es profunda, la melodía, triste. “No me puedes detener ahora, las letras van a seguir saliendo de mi boca como agua que corre…”, escribió Priscilla. “Hice esta canción para decirle a mi papá que nunca voy a cambiar, voy a seguir mi vida con la esperanza, fe y amor que él me ha enseñado”, explica la niña a Protestante Digital.
El pastor Luciano Rubio (56 años), está ingresado desde hace casi un mes en el Yale New Haven Hospital, en la fase terminal de una cirrosis que comenzó a manifestarse hace 8 años. La enfermedad lo obligó a dejar el cargo de director del Centro Teen Challenge de New Haven, Connecticut, último peldaño en su carrera de servicio en este ministerio donde conoció a Dios y abandonó una vida de rebeldía, alcoholismo y drogadicción que había comenzado a edad temprana.
Con tan sólo 12 años, Rubio huyó de su casa en Valparaíso, ciudad portuaria de Chile. “Me crié en un ambiente de pescadores y marinos. Eso, más los problemas familiares, me impulsaron a querer viajar. Cumplí mi sueño a los 14 años cuando conseguí un pasaje a Brasil y mi padre –ya separado de mi madre- me firmó el permiso para salir del país”, relata desde su cama de hospital.
DE BRASIL A EUROPA
La estancia en Brasil fue breve. A los pocos meses logró subirse como polizón en un barco rumbo a Europa, dando comienzo a su vida de marinero, ya que más tarde trabajó en el mismo barco. Viajó por todo el mundo durante 11 años y como resultado aprendió cinco idiomas; también conoció las drogas y el alcohol.
“Cuando me cansé de viajar me establecí en Brasil. Allí comencé a traficar con cocaína y a consumirla en cantidad”, dice. Durante 9 años anduvo de ciudad en ciudad, huyendo de la policía y buscando la manera más fácil de hacer dinero. Siempre metido en problemas, llegó un día hasta la frontera con Paraguay. “Era prácticamente un mendigo. Crucé a Ciudad del Este y, como sabía varios idiomas, me emplearon en el restaurante del Casino. El dueño era un mafioso y pronto me saturó ese ambiente, entonces decidí viajar a Asunción, la capital del país. Quería parar de drogarme”.
LA OPORTUNIDAD
Rubio echó a andar, dispuesto a hacer auto stop al llegar a la ruta. Luego de mucho caminar pidió agua en una fábrica de ladrillos. “La dueña era una mujer viuda que me ofreció trabajo, con beneficios sociales y todo en regla. ¡Esto me pareció caído del cielo!”.
Junto con la ventajosa propuesta laboral, la mujer estableció una condición: los domingos debía ir a la iglesia. “Lo hallé algo fácil de cumplir y acepté”. El primer domingo en el Centro Familiar de Adoración, iglesia de Asambleas de Dios, experimentó la presencia de Dios. “Lloré como un niño. Todas las personas en esa iglesia parecían verdaderos hermanos, me sentí totalmente aceptado…”.
A los pocos meses de congregarse, Rubio conoció a una chica de la que se enamoró y quiso seguir con ella las mismas pautas de conducta a las que estaba acostumbrado. Esta joven se negó a mantener relaciones sexuales antes del matrimonio, por lo que él decidió rápidamente que se casarían. Ella dijo que debía hablar con el pastor y la respuesta del líder fue negativa. “Me volví loco, salí de la iglesia y volví a beber como antes. Todavía tenía mi trabajo, pero cuando comencé a usar cocaína lo perdí. Perdí todo lo que me habían dado”, reconoce. Para entonces tenía 34 años.
RESTAURACIÓN
Sin trabajo, sin saber qué hacer de su vida, se dirigió a pie al centro de la ciudad y allí se encontró con la joven con la que había querido casarse. Ella lo invitó a hablar con el pastor. “No es la manera en que te caes sino cómo te levantas lo que importa”, le dijo. El pastor lo recibió con amor. “Me abrazó y sentí de nuevo el mismo calor. Me habló de un misionero estadounidense que había llegado a Asunción para trabajar con alcohólicos y drogadictos.
Me envió allá y así conocí al pastor Rodney Hart, fundador del Centro Victoria, del ministerio Desafío Juvenil. Comenzamos a trabajar juntos y yo dije: ´lo que sea, pastor´. Era el año 1993”.
Los últimos 20 años de su vida han transcurrido vertiginosamente. Antes de terminar el programa de 12 meses en el Centro Victoria ya era un líder. Más tarde fue misionero dentro de Paraguay y finalmente en Estados Unidos.“Recuerdo que a los 9 meses de estar en el Centro le pregunté al Señor qué podía hacer, sin familia, sin nadie que me visite. Dios me respondió: ´Descansa y descansa en mí´. Ahí aprendí a ser un cristiano por el resto de mi vida. Y hasta el día de hoy no he salido de Teen Challenge”.
UNA FAMILIA
En 1996, Luciano Rubio se casó con María Cabañas, una joven que trabajaba en un ministerio con niños de la calle. “Fue el mejor año de mi vida. Vi que no me quedaría sólo, que Dios quería que tuviera una esposa y formara una familia”, expresa Luciano. Los Rubio fueron pastores de una iglesia que fundaron en el interior de Paraguay. Más tarde, cuando el misionero Rodney Hart regresó a Estados Unidos y se hizo cargo de los centros Teen Challenge de la región de New England, los invitó a trabajar con él.
El pastor Rubio llegó a Estados Unidos en 1999 con su esposa y dos hijos pequeños. Ese mismo año comenzó a manifestarse la enfermedad que ha ido minando su salud. “Me encontraron diabetes y hepatitis C. Seguí trabajando a full, a pesar de la falta de energía. Unos años después se manifestaron las várices en el esófago. Vomitaba sangre, enfermé gravemente y pensé que me moría. Tenía miedo de morir en aquel tiempo y le pedía al Señor que no lo permitiera”.
PREPARADO
Hoy es diferente. “Ahora estoy listo para morir, entregado a la voluntad de Dios. Estoy preparado”, afirma. Sin embargo, menciona que le ha pedido al Señor que no lo lleve antes de ver crecer a sus hijos. Elías tiene 15 años, Jonatán 14, Priscilla 11 y Caleb 5. “El Señor me ha mantenido vivo por eso”, dice Luciano.
A esta altura de la charla está cansado, cierra los ojos. Antes de concluir la entrevista le preguntamos por los mejores momentos de su ministerio. Entonces relata varios milagros de sanidad ocurridos en Concepción, Paraguay. También la aparición del Ángel del Señor. “Estábamos levantando una iglesia y vivíamos arriba del salón de reuniones. Ese día yo tenía que enseñar sobre el Espíritu Santo pero había discutido con mi esposa y sentía que no podía enseñar porque estaba en pecado. De repente ella bajó, se sentó frente a mí y me dijo: 'Te amo'. Eso me reconfortó y también le dije que la amaba. Cuando levanté la vista para comenzar la clase, vi en la ventana una figura con vestimenta blanca, cabello rojizo y rostro de luz. Rompí en llanto y los demás comenzaron a llorar también. Sólo yo veía la figura pero la presencia de Dios envolvió a todos. Caí de rodillas, no podía mirar esa imagen completamente santa”.
Dios salvó su alma en Teen Challenge y él decidió seguir en este ministerio hasta el final. Un final que según los informes médicos está próximo. Pero él y su esposa –que lo cuida día y noche- confían que pronto regresará a casa.
DESPEDIDA
“He visto a muchos jóvenes queriendo dejar las drogas, sin alcanzar el objetivo. Deben llegar a la crisis para pedir ayuda. A veces el padre, la madre o la esposa los guían a buscar ayuda, pero la crisis real es desde adentro, es sentir asco por las drogas”, concluye, antes de dormirse.
Lo dejamos descansar y releemos el texto del poema titulado “My dad, my friend”, escrito por su hijo Elías, que integra el volumen 2012 de poetas en edad escolar, a nivel nacional:
My father, my dad, my friend/He was healthy and strong/But now it seems to come to an end/Every day seems like the last/He´s hurt and in pain/It´s always slow, never fast/He cries and screams/It hurts me too/The pain and suffering,/I hope it ends soon/The tears in my eyes come back everyday/His pain, I wish it was mine/So he wouldn´t suffer, day after day/He fears he´ll die/any time now/But God will provide/Only he knows at what time/But I love Dad still/And always will.
Traducimos los primeros y últimos versos: Mi padre, mi papá, mi amigo/ Estaba sano y fuerte/ Pero ahora parece llegar a su fin (…) Él teme que morirá/ en cualquier momento/ Pero Dios proveerá/ Sólo él sabe la hora/ Pero yo amo a mi papá/ Y siempre será así.
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