La ansiedad es una angustia del alma, es sufrimiento, tormento, agonía, dolor, aflicción, pena, desazón, pesar, aflicción y confusión. Millones de almas caminan con una gran carga de ansiedad todos los días. Es una emoción caracterizada por la preocupación. En muchos casos puede haber cambios físicos, como el incremento de la presión arterial, nerviosismo, mareos, sudor, temblores o ataques de pánico.
En muchos casos la ansiedad lleva a la depresión. A las personas ansiosas muchas veces las obsesiona la incertidumbre del futuro. Los humanos tenemos tendencia a preocuparnos por todo. Por eso nuestro Padre Dios nos reprende con estas palabras: No se preocupen por nada; en cambio, oren por todo. Díganle a Dios lo que necesitan y denle gracias por todo lo que Él ha hecho. Así experimentarán la paz de Dios, que supera todo lo que podemos entender. La paz de Dios cuidará su corazón y su mente mientras vivan en Cristo Jesús (Filipenses 4:6–7, NTV).
El problema de la ansiedad es que puede paralizar a una persona si esta permite que se infiltre en su mente y controle su vida. Comparo la ansiedad con un hábito. Una vez que hace su debut, si no se lo trata como a un intruso, seguirá viniendo y armando lío. Así como el comerse las uñas se transforma en un hábito, la ansiedad y la preocupación también se pueden convertir en un hábito. Como cristianos tenemos en nosotros el poder de Dios para superar la ansiedad, pero debemos aprender a detener y echar fuera estas emociones que nos atormentan antes de que se conviertan en okupas.
A millones de personas les prescriben psicofármacos para los trastornos de ansiedad, y eso nos da una idea de cuán generalizadamente afecta a nuestra sociedad esta epidemia de ansiedad.

A cambio, Él nos promete una paz que excede cualquier cosa que podamos entender y protege nuestros corazones y nuestras mentes de los terrores del enemigo. Nosotros lo hacemos difícil.
En realidad, es tan sencillo que muchos de nosotros nos perdemos esta enorme promesa de Dios. “Satanás, ¡mis promesas no son tuyas!” es una confesión que debemos hacer cada mañana como un recordatorio de la promesa de Dios contra la ansiedad, la preocupación y el estrés: las emociones que afectan todo lo demás en nuestra vida.
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