¿Cómo debemos entonces responder a quienes han pecado en contra nuestra? Primero, aunque en las Escrituras no lo dice específicamente, creo que un punto de partida acertado es el identificar a aquellos que nos han ofendido. Le animo a que tome una hoja en blanco y dibuje dos líneas verticales de manera que queden tres columnas: derecha, centro e izquierda. En la columna de la izquierda, escriba los nombres de las personas que han pecado en contra suya y cuyas ofensas usted aún guarda en su corazón. Luego, en la columna del centro escriba cómo lo ofendió esa persona. ¿Cuál fue esa ofensa?
Usted puede estar pensando así: “Creí que debía enterrar lo sucedido”. El perdón no significa tratar de enterrar el dolor o pretender que jamás hubo algo mal hecho. Dios quiere encontrarse con usted justo en medio de su dolor. Quiere que lo enfrente cara a cara y que a través de la esclavitud de esas ofensas encuentre paz y libertad. No estoy sugiriendo que saque a relucir cosas de las cuales y
a ni se acuerda. Creo que esa es una tontería de la psicoterapia moderna. Dios es capaz, a través de su poder divino, de eliminar de su memoria cosas que Él no quiere que usted recuerde, así que sea agradecido y no luche contra Dios si hay cosas que Él ya retiró de su memoria. Me refiero a heridas y dolores de su pasado o su presente que usted ya olvidó.
Después de haber identificado a aquellos que le han ofendido, asegúrese de que su conciencia esté limpia con respecto a dichos individuos. Cuando piense en cada uno de ellos pregúntese a sí mismo: “¿Cómo les he respondido?”. Escriba su respuesta en la tercera columna. ¿Los ha bendecido, amado, perdonado y orado por ellos? O por el contrario, ¿los ha despreciado y sentido resentimiento hacia ellos? ¿Ha calumniado a su antigua pareja ante sus hijos, se ha vengado de ella
o ha sentido odio y rabia en su contra? Usted no puede avanzar en el proceso del perdón hasta que su conciencia no esté limpia con respecto a aquellas personas que le han ofendido.
Dios le pide que tome responsabilidad no por las ofensas de ellos, sino por las suyas. Si sus respuestas no han sido malas entonces no se invente algo de lo cual deba pedir perdón. Usted no es responsable de lo que le han hecho (columna del medio), sino de su respuesta a aquellos que le han ofendido (columna de la derecha). Puede que piense lo siguiente: “¡Me equivoqué tan solo en un cinco por ciento, él tuvo la culpa en un noventa y cinco por ciento!”. Me pregunto si la otra persona contestaría de la misma manera si le pidiéramos que dijese lo mismo. Dios le pide que se haga cien por cien respons
able de su cinco, diez o cincuenta por ciento. Las Escrituras dicen que cada hombre es bueno según su propio criterio, pero el Señor juzga y valora el espíritu.
Nuestro orgullo nos hace pensar inmediatamente que nosotros somos los ofendidos, que somos las víctimas, y en muchos casos es cierto. Sin embargo, es muy difícil ser humildes y reconocer que hemos hecho mal a otros o que hemos contribuido a aumentar la contienda en una relación. Dios nos pide que asumamos la responsabilidad que nos corresponde y que busquemos el perdón de los pecados que hemos cometido en contra de esos individuos. Pero, cuando busque ser perdonado no se dirija a su antigua pareja diciéndole: “¡Siento mucho no haber sido la esposa que he debido ser, pero creo que hubiera sido una mejor esposa si tu no hubieras sido tan mal marido!”. Necesit
amos asumir la responsabilidad por las ofensas que hemos cometido en contra de otros y buscar su perdón.
Por último, busque perdonar por completo a cada persona que haya pecado en contra suya. Escucho a muchas mujeres decir: “Soy consciente de que necesito perdonar a mi madre o a mi suegra, a mi hijo o a mi hija, a mi pareja o a mi amiga”. Esto no es suficiente. El Enemigo lo único que desea es que usted jamás llegue verdaderamente a perdonar. He oído a personas orar “Señor, por favor, ayúdame a perdonar a tal persona”. Eso está bien, pero no es suficiente. Debe llegar al punto en el cual diga: “Decido perdonar a esta persona por lo que me ha hecho. Limpio todas sus ofensas y oprimo la tecla de borrar”. Podemos dar el perdón. No es natural, es sobrena
tural. Solo por la gracia de Dios y por el poder de su Espíritu podemos verdaderamente perdonar. Perdonamos mediante la fe, como un acto de voluntad y de obediencia a Dios.
Les narro algunos testimonios que me enviaron unas mujeres que tomaron la decisión de perdonar. Una de ellas dijo: “Decidí perdonar a mi marido por la relación sexual que tuvo con su novia anterior antes de que nos conociéramos. He guardado este dolor en mi corazón durante cuatro años. Me ilusiona abrazarlo y decirle que lo he liberado”. Otra mujer dijo: “Dios me ha hecho caer en cuenta de la semilla de amargura que tenía en mi corazón hacia mi marido porque no cumplía con mis expectativas. ¡Finalmente he podido liberarlo de esa prisión!”.
Otra me escribió: “En mis peticiones de oración había pedido que oraran por mi problema de espalda. Después de haber tomado la decisión de perdonar a mi madre y a mi hermana, noté que el dolor de espalda desaparecía. Había padecido este dolor durante varios meses. Creo que mi corazón así como mi cuerpo sanaron después de haberme decidido a dar el paso hacia el perdón”.
No le prometo que sus dolores desaparezcan cuando usted tome la decisión de perdonar. Sin embargo, creo que nos ahorraríamos mucho dinero en médicos, consejeros, terapeutas y libros de autoayuda si nos decidiéramos a perdonar.
–Extracto tomado del libro La gratitud / El perdón de Nancy Leigh DeMoss
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