CUESTION DE ACTITUD

Si alguien me pidiera que nombrara las enseñanzas más significativas de mi vida, sin duda incluiría en el listado al tema de las actitudes. Cuando entendí el significado de las actitudes como factores claves de la conducta humana, pude experimentar un cambio muy significativo en mi trato con los demás. Esto se evidenció especialmente en una mayor facilidad para sortear con soltura algunas de las dificultades que son naturales en la vida de relación. 

Nuestra actitud puede definirse como positiva o negativa y, según los psicólogos, somos negativos ¡en un 80 a 90% del tiempo! Frente a las distintas circunstancias de la vida que debemos encarar, expresamos estas actitudes en un «sí, puedo» o en un «no puedo».

Quizá sea en el área de nuestras relaciones con los demás en donde más influyan nuestras actitudes. El diccionario define a la palabra actitud como «postura del cuerpo», y en un sentido figurado, como «disposición de ánimo manifestada exteriormente». En otras palabras, es la evidencia física (exterior) observable en nuestros ademanes, gestos y postura, de nuestro sentir (interior). Dicho de otra manera: lo que sentimos en nuestro corazón se verá reflejado, de alguna manera, en nuestra conducta. Quizá sea en el área de nuestras relaciones con los demás en donde más influyan nuestras actitudes. Instintivamente, al estar frente a una persona, la empezamos a evaluar, tomando primeramente en cuenta su apariencia, y fijándonos después en lo que dice y hace. También tenemos en cuenta la forma en que se expresa y la manera en que hace las cosas. 

Evaluamos a las personas según lo que podríamos llamar las Cinco Áreas de Apreciación, las cuales son cómo luce, qué dice, qué hace, cómo lo dice, cómo lo hace. Aún antes de haber iniciado una conversación con alguien tomamos en cuenta su vestimenta, facciones, estatura, semblante, expresión de rostro, y todos los detalles por los cuales «luce» como persona, poniéndolos en la «balanza» de nuestra evaluación y, según la «pesada» de lo que nos agrada o desagrada, decidimos si la persona merece nuestra aprobación. Según el sentir resultante, nuestra actitud hacia esa persona será positiva o negativa. Si fuere negativa, por más cuidado que pongamos en lo que decimos, nuestro sentir trascenderá y, por ende, se resentirá la relación. 
 
Si nuestra apreciación de cómo luce la persona genera en nosotros una actitud positiva hacia ella iniciaremos una conversación influida por esa actitud, hasta que, quizás algo de lo que diga, o cómo lo diga nos produzca rechazo, con el consiguiente cambio hacia una actitud negativa. La misma reacción puede ser producida de entrada por algo que la persona haga, o el cómo lo haga. ¿Cuántas veces, por ejemplo el solo hecho de que una persona esté fumando nos vuelve negativos hacia ella, debido a nuestro sentimiento de desaprobación? Lo que la persona hace influye en nuestra actitud. Una persona puede estar comiendo, cosa que no desaprobamos en sí misma, pero sí rechazamos cómo come; nuestra actitud es afectada nuevamente como consecuencia. 

De manera que valuamos constantemente a las personas a través de estas cinco áreas en nuestra vida de relación. Sin embargo, debemos tener muy en cuenta que, así como nosotros juzgamos a los demás a través de estas cinco áreas, ellos nos juzgan a nosotros. Esto significa que, en nuestro trato con los demás, tanto nuestra actitud como la de aquel que tengamos delante de nosotros serán claves en cualquier conversación que entablemos. Una de las evidencias más claras de una actitud negativa en el trato con los demás es la que se manifiesta en la crítica o en la queja; la tendencia natural a ver lo que está mal y no apreciar lo que está bien. 


Cuando un niño llega de la escuela con su boletín de calificaciones y se lo presenta a uno de sus padres, ¿qué es lo Primero que éste comenta? ¡Así es! ¡La calificación baja! Lo hace porque esa mala nota apela a esa actitud negativa de ver lo que está mal. Pero, ¿cómo responde el hijo? ¿Coincide con el padre respecto de su mala conducta? Lo más probable es que no lo haga. Muy por el contrario, él también se pondrá en una actitud negativa justificándose con un sin número de argumentos que, con toda creatividad, irá presentando en defensa de su posición, dificultándole al padre la solución del problema por no reconocer su error. En cambio, si el padre empezara por comentar lo que está bien (y siempre hay algo bueno cuando lo buscamos con la correspondiente actitud
positiva), partiría de una base positiva sobre la cual podría edificar junto con su hijo. Podríamos ilustrar esto de la siguiente manera: 

Enfoque Negativo Padre: «¿Pero cómo? ¿Otra vez un 3 en Historia? ¡ Siempre el mismo inútil! ¿No te da vergüenza? ¡Con todo el sacrificio que hacemos para mandarte a la escuela!» (etc., etc.). Hijo: «Pero papá, ¿no ves que tengo muchos deberes para hacer, que no tengo tiempo de estudiar todo, que la maestra no nos sabe enseñar, que el compañero de banco siempre me distrae, que estuve enfermo el día de la prueba y que etc., etc.,. etc.?» Padre: No sé..... No sé... Ya no sé qué hacer contigo para que estudies 

Enfoque Positivo Padre: Veo que te sacaste un 8 en Aritmética. ¡Muy bien hijo! ¡Te felicito! ¡Estoy orgulloso de tu logro! ¿Cómo hiciste para sacarte una nota tan buena? Hijo: Y papá, imagínate. Me esforcé mucho, estudié todos los días, hice todos los deberes, me dediqué mucho. Padre: ¡Qué bien, hijo! ¡Así es como se progresa! Ahora, aquí veo que en Historia no te ha ido tan bien. ¿Qué fue lo que pasó? 

NOTA: Habiendo establecido una base positiva al comentar y señalar lo que está bien, el padre apela a lo positivo en su hijo. Al partir de esa base, es muy probable que el hijo le responda positivamente, y colabore con el padre para resolver juntos el problema. Hay una ley física que dice que a cada acción le corresponde una reacción opuesta de igual intensidad. ¡Cuán cierta es esta verdad en nuestro trato con los demás! Si nos acercamos a una persona con una actitud negativa, lo más probable es que reaccione negativamente. 

En cambio, si iniciamos una conversación con una persistente actitud positiva, aun cuando la otra persona esté negativa, terminará con una actitud positiva por la influencia de nuestra acción. Volviendo a la ilustración del niño escolar, tengamos en cuenta que ya se ha condenado a sí mismo por esa mala nota al presentarle el boletín a su padre. Con toda seguridad, su mayor deseo sería cambiarla o solucionar el problema de alguna forma, si le fuera posible. Pero si de entrada su padre lo encara con un reproche, el niño reaccionará negativamente, defendiéndose. Pero si lo encara positivamente, partiendo de una base positiva, el padre demostrará ser un líder que tiene sus ojos puestos en la solución y no en el problema.

Si debemos amar a nuestro prójimo «como a nosotros mismos», la actitud que tiene Dios para con nosotros debería trascender hacia los demás. La enseñanza es, entonces, que debemos tener muy en cuenta que las actitudes definen el resultado del trato con las personas y que, por lo tanto, para tener éxito en nuestras conversaciones con los demás debemos:
  1. Examinar nuestra propia actitud hacia la situación o la persona, y determinar si es positiva o negativa.
  2. Si nuestra actitud fuere negativa, deberemos transformarla en positiva, mirando a la otra persona desde la perspectiva de Dios, con su amor y misericordia.
  3. Debemos tener en cuenta cuál es la actitud de la persona con la cual vamos a tratar.
  4. Acercarnos a la persona de acuerdo con la actitud que manifieste. Si fuere negativa, proponernos transformarla en positiva.
El versículo citado al comienzo de este artículo resume el pasaje que comienza en el versículo 5, y que habla sobre las actitudes del viejo hombre, las que el cristiano debe dejar (v. 8) y las del nuevo hombre, de las cuales se debe vestir (v. 12). En ese pasaje se nos exhorta a «vestimos» como escogidos de Dios, santos y amados (v. 12). Si para Dios somos «escogidos, santos y amados», ciertamente esto debería afectar nuestra actitud hacia nosotros mismos en la gracia de Dios. Si debemos amar a nuestro prójimo «como a nosotros mismos», la actitud que tiene Dios para con nosotros debería trascender hacia los demás. Las actitudes mencionadas en el pasaje son: entrañable misericordia, benignidad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándonos y perdonándonos unos a otros teniendo en cuenta lo mucho que Cristo nos ha perdonado. Si tenemos este sentir, influiremos, para el Señor, en las actitudes de los demás.

0 comentarios: