Hace poco leí una entrevista a una afamada actriz que con mucha honestidad confesaba la realidad que la abrumaba día a día. La llamaba falta de confianza en sí misma y decía lo siguiente: «Siempre salgo de casa dudando de cada uno de mis actos... es un hábito muy enfermizo» y también añadía: «Admiro a las personas que dicen: «sé quién soy y de lo que soy capaz».
Tal vez la confesión de esta actriz no esté muy alejada de la realidad que viven miles de jovencitas, mujeres adultas, e incluso líderes. Estamos inmersas en un mundo de cambios extremadamente acelerados. Si alguien sale fuera de su país natal y pasa más de dos años en el exterior, debe estar preparada para el impacto emocional que puede causar el ver que lo que antes estaba en ese lugar, una antigua casa, por ejemplo, ya no está, y en su reemplazo ahora hay una inmensa carretera. Hoy se puede demoler un edificio en tan sólo horas y en pocos meses levantar otro, cuya estructura y tamaño dista mucho del anterior. En cuestión de segundos uno puede comunicarse con cualquier parte del mundo y cada evento o noticia se puede conocer en forma instantánea y hasta simultánea. Existe a nuestro alrededor un mundo que ofrece muchísimo, pero también demanda otro tanto con intereses.
Para muchas personas estos cambios y avances vertiginosos son fascinantes, pero para otras son una amenaza y pueden causarles una gran inseguridad. Hace algunos días alguien me preguntó: «¿Cómo ayudamos a las adolescentes?»
Una de las maravillosas herencias que nuestro Padre celestial nos ha dado es la identidad, la posibilidad de ser nosotras mismas. Esto lo descubrimos cuando nos acercamos a Dios y tenemos un encuentro con él, no de acuerdo a nuestras propias concepciones, que aunque bien intencionadas probablemente están equivocadas, sino de acuerdo a la forma en que él mismo se reveló a los seres humanos, creados a su imagen y semejanza. Dios nos muestra quién es a través de su Hijo Jesucristo y de su mensaje escrito en la Biblia.
Me inspira profundamente la genialidad de nuestro Dios. En el relato cuando se le aparece a Moisés desde un arbusto que no dejaba de arder, Dios le pide que vaya a hablar al pueblo de Israel y lo lidere en su liberación. Moisés estaba preocupado por hacer saber al pueblo quién le había enviado y necesitaba una evidencia. Era esencial comenzar, entonces, preguntando el nombre. Evidentemente Moisés no conocía a Dios, no en forma personal.
También muchas de nosotras al hablar con otros casi automáticamente, agregando un poco de cordialidad, decimos: «¿Con quién tuve el gusto?» Nuestra intención es simplemente grabar el nombre de nuestro contacto como garantía de que efectivamente lo contactamos. Pero a Moisés se le olvidó ser un buen político y decirle a Dios: «Perdón, ¿con quién tuve el gusto?» Sin embargo, Dios no se inmutó por la pregunta ingenua y le respondió: «Yo soy el que soy Y esto es lo que tienes que decirles a los israelitas: "Yo soy me ha enviado a ustedes."» (Ex 3.14) Seguramente Moisés pensó: «Bueno, esta respuesta no me ayuda mucho». «Entonces Moisés volvió a preguntar: ¿Y qué hago si no me creen ni me hacen caso?» (Ex 4.1a) Pero al final del capítulo leemos lo siguiente: « el pueblo creyó. Y al oír que el Señor había estado pendiente de ellos y había visto su aflicción, los israelitas se inclinaron y adoraron al Señor» (Ex 4.31)
Mi vida cambió radicalmente cuando una amiga me habló de un Dios real que deseaba ser mi amigo, mi padre, y estar cerca de mí siempre.
Nuestro Padre celestial está profundamente interesado en que los seres humanos vivan en relación con él, su creador. No hay otro que pueda inspirarnos mayor seguridad. Al inicio de mi adolescencia yo no era una persona segura. Creo que las palabras de la actriz, con las que comencé el artículo, eran un reflejo de mi vida en esa época. Si mis amigas decían: «esto es bueno», yo lo hacía; si decían: «hay que vestirse así», yo era la primera. No me sentía bien conmigo misma pues realmente yo no existía, era apenas un reflejo de lo que ellas decían. Lo peor es que a ellas les pasaba exactamente lo mismo.
Eran los años convulsionados de la época hippie en mi país natal, Puerto Rico. Sin embargo, mi vida cambió radicalmente cuando una amiga me habló de un Dios real que deseaba ser mi amigo, y estar cerca de mí. Una de las primeras consecuencias de conocerlo fue que empecé a encontrarme a mí misma. De pronto, podía tomar decisiones y descubrir quién era yo y de qué era capaz.
Amiga, usted podrá no sólo ayudarse a sí misma sino también a muchas otras adolescentes si tiene un encuentro con Dios. Él quiere que sus hijas sean personas seguras y les ha dado innumerable cantidad de dones, no para que tengan temor y los escondan, sino para que los muestren al mundo y alumbren a ¡toda la humanidad! Recuerde que el mundo no tiene ningún derecho de gobernar su vida; Dios le ha dado la capacidad de tomar sus propias decisiones, cimentada en Él.
Ciertamente la adolescencia es una preciosa etapa en la vida, con un impacto muy grande en nuestros hijos e hijas. Esa independencia ilusoria, que abruptamente se convierte en el mayor de los tesoros, le ha costado a muchos sus sueños o ha truncado en forma permanente sus vidas a causa de malas decisiones. Si lográramos que nuestras adolescentes se amaran y respetaran a sí mismas, se plantaran ante el mundo entero y dijeran: «Aquí estoy, sé quién soy y adónde voy. Soy amada por Dios» ... les daríamos el mayor de los legados que Dios nos da: una identidad, un propósito real y permanente. Asimismo, prevendríamos muchas situaciones de riesgo a las que la inseguridad las lanza día a día.
Aquí y ahora las invito a ser diferentes, a descubrirse a sí mismas en Dios, a marcar una diferencia y dejar huella en este mundo. ¡Atrévanse! porque el Dios eterno está siempre con ustedes y las ha hecho
Tal vez la confesión de esta actriz no esté muy alejada de la realidad que viven miles de jovencitas, mujeres adultas, e incluso líderes. Estamos inmersas en un mundo de cambios extremadamente acelerados. Si alguien sale fuera de su país natal y pasa más de dos años en el exterior, debe estar preparada para el impacto emocional que puede causar el ver que lo que antes estaba en ese lugar, una antigua casa, por ejemplo, ya no está, y en su reemplazo ahora hay una inmensa carretera. Hoy se puede demoler un edificio en tan sólo horas y en pocos meses levantar otro, cuya estructura y tamaño dista mucho del anterior. En cuestión de segundos uno puede comunicarse con cualquier parte del mundo y cada evento o noticia se puede conocer en forma instantánea y hasta simultánea. Existe a nuestro alrededor un mundo que ofrece muchísimo, pero también demanda otro tanto con intereses.
Para muchas personas estos cambios y avances vertiginosos son fascinantes, pero para otras son una amenaza y pueden causarles una gran inseguridad. Hace algunos días alguien me preguntó: «¿Cómo ayudamos a las adolescentes?»
Si lográramos que cada adolescente y cada mujer pudieran decir: «Sé quién soy», creo que estaríamos acercándonos a una respuesta.Una jovencita amiga me envió ayer unas fotos de muchachas, aparentemente modelos, que simbolizan precisamente nuestro contradictorio mundo moderno: jóvenes de sociedades desarrolladas que han elegido una apariencia de desnutrición extrema donde el alimento abunda, tal vez como una protesta pasiva ante las exigencias que el mundo de la moda ocasiona a sus protagonistas. Es increíble observar mujeres bien vestidas con cuerpos como los de niños o personas en países de extrema pobreza, sus huesos asomándose entre las telas que las cubren. El problema es que esta imposición ya ha entrado en muchos hogares, en los que los hijos, en especial las hijas adolescentes, deciden dejar de comer para lucir a la moda. Si lográramos que cada adolescente y cada mujer pudieran decir: «Sé quién soy», creo que estaríamos acercándonos a una respuesta.
Una de las maravillosas herencias que nuestro Padre celestial nos ha dado es la identidad, la posibilidad de ser nosotras mismas. Esto lo descubrimos cuando nos acercamos a Dios y tenemos un encuentro con él, no de acuerdo a nuestras propias concepciones, que aunque bien intencionadas probablemente están equivocadas, sino de acuerdo a la forma en que él mismo se reveló a los seres humanos, creados a su imagen y semejanza. Dios nos muestra quién es a través de su Hijo Jesucristo y de su mensaje escrito en la Biblia.
Me inspira profundamente la genialidad de nuestro Dios. En el relato cuando se le aparece a Moisés desde un arbusto que no dejaba de arder, Dios le pide que vaya a hablar al pueblo de Israel y lo lidere en su liberación. Moisés estaba preocupado por hacer saber al pueblo quién le había enviado y necesitaba una evidencia. Era esencial comenzar, entonces, preguntando el nombre. Evidentemente Moisés no conocía a Dios, no en forma personal.
También muchas de nosotras al hablar con otros casi automáticamente, agregando un poco de cordialidad, decimos: «¿Con quién tuve el gusto?» Nuestra intención es simplemente grabar el nombre de nuestro contacto como garantía de que efectivamente lo contactamos. Pero a Moisés se le olvidó ser un buen político y decirle a Dios: «Perdón, ¿con quién tuve el gusto?» Sin embargo, Dios no se inmutó por la pregunta ingenua y le respondió: «Yo soy el que soy Y esto es lo que tienes que decirles a los israelitas: "Yo soy me ha enviado a ustedes."» (Ex 3.14) Seguramente Moisés pensó: «Bueno, esta respuesta no me ayuda mucho». «Entonces Moisés volvió a preguntar: ¿Y qué hago si no me creen ni me hacen caso?» (Ex 4.1a) Pero al final del capítulo leemos lo siguiente: « el pueblo creyó. Y al oír que el Señor había estado pendiente de ellos y había visto su aflicción, los israelitas se inclinaron y adoraron al Señor» (Ex 4.31)
Nuestro Padre celestial está profundamente interesado en que los seres humanos vivan en relación con él, su creador. No hay otro que pueda inspirarnos mayor seguridad. Al inicio de mi adolescencia yo no era una persona segura. Creo que las palabras de la actriz, con las que comencé el artículo, eran un reflejo de mi vida en esa época. Si mis amigas decían: «esto es bueno», yo lo hacía; si decían: «hay que vestirse así», yo era la primera. No me sentía bien conmigo misma pues realmente yo no existía, era apenas un reflejo de lo que ellas decían. Lo peor es que a ellas les pasaba exactamente lo mismo.
Eran los años convulsionados de la época hippie en mi país natal, Puerto Rico. Sin embargo, mi vida cambió radicalmente cuando una amiga me habló de un Dios real que deseaba ser mi amigo, y estar cerca de mí. Una de las primeras consecuencias de conocerlo fue que empecé a encontrarme a mí misma. De pronto, podía tomar decisiones y descubrir quién era yo y de qué era capaz.
Amiga, usted podrá no sólo ayudarse a sí misma sino también a muchas otras adolescentes si tiene un encuentro con Dios. Él quiere que sus hijas sean personas seguras y les ha dado innumerable cantidad de dones, no para que tengan temor y los escondan, sino para que los muestren al mundo y alumbren a ¡toda la humanidad! Recuerde que el mundo no tiene ningún derecho de gobernar su vida; Dios le ha dado la capacidad de tomar sus propias decisiones, cimentada en Él.
Ciertamente la adolescencia es una preciosa etapa en la vida, con un impacto muy grande en nuestros hijos e hijas. Esa independencia ilusoria, que abruptamente se convierte en el mayor de los tesoros, le ha costado a muchos sus sueños o ha truncado en forma permanente sus vidas a causa de malas decisiones. Si lográramos que nuestras adolescentes se amaran y respetaran a sí mismas, se plantaran ante el mundo entero y dijeran: «Aquí estoy, sé quién soy y adónde voy. Soy amada por Dios» ... les daríamos el mayor de los legados que Dios nos da: una identidad, un propósito real y permanente. Asimismo, prevendríamos muchas situaciones de riesgo a las que la inseguridad las lanza día a día.
Aquí y ahora las invito a ser diferentes, a descubrirse a sí mismas en Dios, a marcar una diferencia y dejar huella en este mundo. ¡Atrévanse! porque el Dios eterno está siempre con ustedes y las ha hecho
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