Líbranos - ¿Pero en verdad deseamos ser librados? Librados significa enfrentar la realidad como es, sin fantasías, sin vendajes, sin protección de ídolos. Quizás no nos liberamos tan rápido porque es aterrorizante. ¿No es eso lo que sucede cuando regresamos a los ídolos que hemos intentado dejar? Buscamos las mismas cosas que nos separan de Dios. Nos alejamos del Dios de las huestes y nos retiramos en la tierra de la esclavitud. ¿Por qué? Por protección, evidentemente.
Pero, ¿protección de qué? ¿Que nos atemoriza tanto que corremos hacia los patrones antiguos? Sospecho que nos da mucho temor la muerte de nosotros mismos. La razón por la que no buscamos la protección de Dios es que Dios no protege nuestros engaños e ínfulas.
La protección de Dios es protección de la realidad. Es protección en el desierto. Y el desierto es el último lugar donde deseamos encontrarnos. El desierto expone la verdad de quién somos.
Escuché decir a un predicador que debemos tener el valor de cambiar, pero eso no da en la meta. Comprendo que debemos cambiar (por lo menos una parte de mi reconoce que no deseo continuar así); pero si soy perfectamente honesto, encuentro que parte de mi prefiere a mis ídolos. Me gusta la casa del engaño. Es reconfortante.
No tengo que enfrentarme a mi mismo ante el espejo. La posibilidad de perder esos engaños me confronta con grandes peligros sicológicos (identidad, fortaleza emocional, etc.). Quiero cambiar sin dolor. No creo que pueda tolerar lo que implica hacer lo que tengo que hacer. Sé que mis ídolos no me traen paz real, ni descanso ni consuelo. Pero los conozco. Son familiares. Me han arrullado en un falso sentido es escape muchas veces. La tentación de quedarme allí es grande.
Existe una razón por la que Dios aleja a los israelitas de Canaán y los lleva al desierto. Existe una razón para dejarlos allí por cuarenta años. Tuvo que sacar de ellos el deseo de regresar a los engaños de la esclavitud egipcia. Tuvo que remover el falso sentido de seguridad que viene de lo familiar.
La idolatría no satisface. Anestesia, pero no cura. Así que quiero cambiar. Pero no es tema de valor. Es hecho sencillo es éste: ¡No puedo cambiar! No solo no sé cómo, soy incapaz de ejecutar cualquier cambio real en mi conducta, porque mi voluntad ha sido corrompida por el ídolo. Estoy perdido en una casa de espejos. Todas las direcciones parecen iguales. No necesito valor. Necesito guía.
Considera las imágenes de Isaías 26:3-6
“Al de firme propósito guardarás en perfecta paz, porque en ti confía. Confiad en el SEÑOR para siempre, porque en DIOS el SEÑOR, tenemos una Roca eterna. Porque Él ha abatido a los que moran en lo alto, a la ciudad inexpugnable; la humilla, la humilla hasta la tierra, la derriba hasta el polvo. La hollará el pie: los pies de los afligidos, las pisadas de los desvalidos.”
La tarjeta de presentación decía, “Técnico en Reflejo”, así que no pude dejar de preguntar. “¿Qué es un técnico en reflejo?” “Oh,” dijo sonriendo. “Solo instalo espejos.” Eso es más o menos lo mismo. Solo instalo espejos. Por eso es que no puedo encontrar la salida. No veo nada más que mi propia imagen y esa imagen ha sido distorsionada por los ídolos de mis decisiones.
Isaías viene a mí, portando la voz de Dios. El dice que esos lugares altos, las grandes ilusiones que han dominado mi vida mientras transito por las fortalezas inescrutables de mi propia mente, han sido derribados y hechos escombros. Dios las hará polvo. ¿Y quién caminará por las ruinas? Los afligidos y los necesitados. Ese sí que soy yo. Esas imágenes que solían surgir en mi falso sentido de identidad y seguridad, las cosas a las que corría cuando sentía necesidad de escape, esas caerán.
No porque yo las derribe. NO, Dios provocará su ruina. Y Él lo hará para que los afligidos y necesitados puedan caminar sobre esas imágenes falsas. No necesito valor. Necesito comprender que yo soy el afligido y necesitado. Necesito dejar que Dios destruya mi falso sentido de realidad porque soy incapaz de hacerlo por mí mismo.
¿Sabías que está bien temer en el desierto? El desierto es un lugar peligroso. Es el lugar de muerte para aquellos sin el cuidado de un guía. Pero el desierto es una realidad. Preferiríamos correr hacia la falsa seguridad de una ciudad, como lo hizo Caín. Dios envió a Caín al desierto. Dios marcó a Caín para protegerlo. Dios deseaba que Caín se confrontara a Si mismo y viera quién era su verdadero guardián y cuáles eran las responsabilidades del guardián. Pero Caín construyó una ciudad.
La mayoría de nosotros también lo hacemos. Y Dios debe venir a destruir nuestras ciudades para devolvernos al desierto donde debemos confrontar nuestra condición débil y correr hacia El. No necesito ser valiente. La valentía en el desierto es absurda. Necesito una mente resuelta; una mente lo suficientemente clara para reconocer que si Dios no me protege, estoy perdido.
Así que Dios derriba los lugares altos y protegidos en nuestras vidas para revelar nuestra aflicción y fragilidad. Y durante todo este proceso, Él dice, “Confía en mí.” No necesito valor para cambiar. Solo necesito confianza. Dios me saca de mi falso sentido de seguridad para que tenga el tiempo de aprender a confiar.
“Líbranos del mal” significa destruir todos esos lugares altos e inalcanzables en mi vida donde no soy confrontado con mi aflicción y fragilidad. Esa es la parte que probablemente deseo cuidar. Pero es un mal peor que mis acciones externas. Es la maldad que evita que entre en el cuidado de Dios.
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